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José María Marco

La derecha nihilista

El centro derecha tiene medios, personas, ideas, tradición y propuestas en abundancia sobrada. Otra cosa es que les haga caso, o al menos no intente acabar con ellos.

Lo propio de la derecha española desde principios del siglo XX viene siendo su carácter caníbal. Ha sido una derecha autófaga, infinitamente más feroz con los suyos que con los adversarios (que siempre se han reído de ella, dicho sea de paso). Esto contribuye a explicar, en parte al menos, los largos períodos en los que los que hubo que imponer una solución autoritaria para evitar males mayores. El canibalismo de la derecha o del centro derecha explica también sus dificultades para gobernar en democracia. De los treinta años que llevamos en régimen parlamentario, el centro derecha ha gobernado doce, frente a 18 (y no tiene pinta de haber acabado aquí) de la izquierda.

Hay quien llama a este fenómeno, de forma un poco menos truculenta, cainismo. Sea cual sea el nombre, se trata de un rasgo estructural y no limitado a la derecha política. Pero en los últimos tiempos ésta, la derecha política, viene demostrando algo más, distinto de su afición caníbal o cainita. Se desliza suave y casi placenteramente hacia el nihilismo, que es el estado de quien ha decidido prescindir de cualquier principio moral.

Un síntoma benigno es la predilección por los adjetivos. En el PP actual se preconiza el "liberalismo simpático" o el "bilingüismo cordial". El calificativo intenta rebajar la contundencia del sustantivo. La sustancia queda desleída por el balsámico efecto de lo adjetivo, que usurpa así el centro de la escena. Lo importante acaba siendo ser "simpático" o "cordial", sin que parezca importar mucho cuál es la posición que se está adelantando.

Hay otros signos, más graves, de esta actitud de la derecha política española. Por ejemplo, su empeño en rehuir casi cualquier debate de índole cultural, la dificultad para elaborar una alternativa ideológica al nuevo socialismo relativista, el estado a la defensiva en el que le gusta situarse, el repliegue en los argumentos económicos –un rasgo tecnocrático, que en España jamás ha sido capaz de llevar a nadie al poder–, o su silencio ante el ataque de la izquierda contra las tradiciones, los valores y los fundamentos institucionales occidentales.

Puede que el nihilismo que padece la derecha política sea un trastorno pasajero y que la derecha española vuelva pronto a lo suyo, que es el cainismo o la autofagia. Puede también que esta etapa nihilista constituya un momento de catarsis para descubrir una nueva naturaleza. El centro derecha tiene medios, personas, ideas, tradición y propuestas en abundancia sobrada. Otra cosa es que les haga caso, o al menos no intente acabar con ellos. A lo mejor el trastorno es duradero. Entre la izquierda relativista del todo vale y la derecha nihilista que aspira a gobernar sin que nadie sepa lo que realmente piensa de la realidad –porque todos sospechamos que no piensa nada–, la elección la están poniendo difícil.

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