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José María Marco

Nuevos usos, nueva mayoría

Ya no vale las actitudes funcionariales de unos políticos que se creen por encima de la sociedad. Sin ésta, los partidos son poca cosa y valen para menos.

En las dos sesiones del debate sobre el estado de la Nación los dos líderes, el del gobierno y el de la oposición, perdieron los papeles en algún momento. No es un caso frecuente. Significa que hemos entrado en una etapa nueva de la democracia, donde las costumbres y las actitudes hasta ahora vigentes no sirven ya.

En cuanto a ZP, la verdad es que perdió los papeles en dos ocasiones.

La primera, cuando dijo que su anuncio de iniciar conversaciones con los etarras no estaba violando ninguna norma. La mentira era demasiado enorme, tanto que le borró la mirada, se columpió en la tribuna, vaciló y quedó mudo ante los gritos de los diputados del Partido Popular. Ni uno solo de los desarrapados, los frikis y los mafiosos de sacristía que componen su pintoresca coalición, esa misma que aspira a llamarse mayoría, pudo decir nada a su favor. ZP, mentiroso de profesión, no fue capaz de sostener con tranquilidad la barbaridad que acababa de soltar.

Y de ahí le llegó el segundo traspié, convertido en naufragio cuando los representantes de las asociaciones de víctimas del terrorismo le reprocharon su desfachatez. La realidad, que ZP aspira a negar en su carrera de mentiras de cortísimo alcance, se le sublevó. En contra de lo que había afirmado sin tregua a lo largo del debate, quedaba claro que el PP no está solo. Y fue ZP el que se quedó solo otra vez, ante la evidencia de una realidad que le empieza a desbordar por todos lados.

Los dos momentos encierran otras tantas lecciones.

La primera se refiere al propio ZP y señala la debilidad de su posición. Los aliados parlamentarios del PSOE no forman una auténtica coalición. Quienes de verdad sostienen a ZP están fuera del Parlamento. Son los mismos con los que se dispone a negociar el futuro de España, una banda de terroristas.

La otra lección se refiere al PP, y más en particular a las nuevas actitudes que conviene adoptar en esta etapa de nuestra democracia. Ya no vale las actitudes funcionariales de unos políticos que se creen por encima de la sociedad. Sin ésta, los partidos son poca cosa y valen para menos. Por eso, la nueva posición del PP ante la acción del PSOE debería llevar también a nuevas formas de hacer política, más transparentes, más abiertas a lo que la gente tiene que decir.

Si el PSOE quiere ser el partido de las minorías de frikis mafiosos y matones nacionalistas, con los terroristas como socios privilegiados, el PP debe ser el partido de las grandes mayorías sociales, movilizadas en el debate moral y el compromiso cívico. Si Rajoy se toma en serio este proyecto, no volverá a tropezar como hizo el primer día.

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