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Estos días se ha podido escuchar a tres dirigentes socialistas –Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba y José Blanco– recurrir a la misma expresión para hablar del “percance” de la Comunidad de Madrid. Los tres dijeron, en tono que quería ser irónico, que en cuanto el aspirante socialista a la Presidencia habló de cambiar la Ley del Suelo, se empezó a oír “el ruido de cheques”.

La expresión es digna de algún comentario. He podido comprobar, en primer lugar, que la gente de menos de 25 años ó 30 años no entiende la metáfora. No saben que lo del “ruido de cheques” quiere recordar el “ruido de sables” que, según los socialistas, tanto se oía durante la transición (lo que se oían eran los tiros y las bombas de ETA, pero esa es otra historia). Al no entender eso, no captan la insinuación según la cual el “percance” estaría relacionado con los poderes fácticos, la extrema derecha y esas cosas que a los socialistas tanto les han entretenido siempre. Total, que los socialistas actuales no saben cuál es el electorado al que se están dirigiendo.

Para la gente de menos de 25 ó 30 años, el ruido de cheques es un ruido no forzosamente desagradable, más bien al contrario. Eso sí, y en esto no hay ninguna ambigüedad, siempre que no sean políticos los que lo produzcan. Ese mismo electorado que no entiende las metáforas socialistas, no relacionaba hasta ahora a los nuevos dirigentes del PSOE con la corrupción. Esta era una batallita antigua, de hace diez años, de cuando ellos eran unos niños. Ya no es así. En sólo dos días, el “ruido de cheques” ha vuelto a atronar la sede de Ferraz y la corrupción ha vuelto a ser marca de la casa común de la izquierda. Ahora los jóvenes electores tienen la experiencia personal de lo que aquello significaba, escenificado y argumentado, además, por los mismos socialistas, sin que nadie haya intervenido en el asunto.

Por otra parte, la velocidad con la que se ha recurrido a este argumento y el éxito que entre las filas socialistas ha encontrado la expresión del “ruido de cheques” sugiere inevitablemente un hecho. Se diría que los socialistas no piensan más que en eso: cheques, maletines, dinero negro, operaciones inmobiliarias fraudulentas –todas lo son, en esta mentalidad. A eso parece reducirse para ellos el ejercicio gubernamental

Ahora parece que vamos a unas nuevas elecciones para salir del embrollo. Será la única solución, probablemente, y no es dudoso que Esperanza Aguirre haya hecho bien en proponerla. Pero para dar más fuerza a su propuesta y conseguir el respaldo casi unánime del electorado, Esperanza Aguirre debería añadir algo más. Una de las cosas que hemos tenido la ocasión de comprobar es el superlujo en el que se mueven nuestros representantes en la Asamblea de Madrid. Lejos de ser un edificio austero, aquello parece un palacio de los de Sadam Husein. Resulta un poco exagerado, la verdad.

Ahora, además, vamos a tener que pagar nuevas elecciones. Habrá que pagar la impresión de las papeletas y la información institucional, las horas extras de los agentes de policía, las de todos los funcionarios que intervienen en el proceso , la contratación de equipos informáticos para el recuento, la de los equipos de limpieza del día después y la del personal municipal o de la Comunidad encargado de la publicidad. Pues bien, Esperanza Aguirre debería proponer que todo eso –¿a cuánto asciende la factura?– lo paguen los únicos responsables de este trastorno, es decir aquellos que tanto gustan de referirse al “ruido de cheques”. Elecciones, sí, pero que las paguen los socialistas. Con IVA.

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