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José María Marco

Un esfuerzo más

el Partido Popular, y Mariano Rajoy en su nombre deberían –en mi opinión– acentuar e intensificar la sensación de firmeza que la semana pasada lograron transmitir

El discurso, las réplicas y la actitud de Mariano Rajoy en el debate sobre el estado de la Nación fueron excelentes, dignas de un gran político y del gran presidente de Gobierno en que hubiera podido convertirse de no ser por el 11 M. Centró el gran tema del debate, que no fue otro que la nación española –nunca un debate parlamentario estuvo mejor bautizado– y supo describir con rigor, precisión y claridad la destructiva acción del Gobierno de Rodríguez Zapatero.
 
Rodríguez Zapatero ha ido elaborando una retórica específica. Está hecha de medias verdades, esbozos de frases puramente retóricas, apelación al diálogo y despliegue de buenas intenciones. Una retórica blanda, pegajosa, que por mucho que irrite a mucha gente, entre ellos quien esto firma, es eficaz ante la opinión pública española y deja al PP contra las cuerdas, como si fuera una organización incapaz de dialogar, atenida a posiciones dogmáticas y ultramontanas.
 
Rodríguez Zapatero utiliza a su favor precisamente lo que distingue al Partido Popular y al PSOE actual. El PP, que cree en la posibilidad de alcanzar una mayoría absoluta por sus propios méritos, aspira a presentar un programa articulado, con objetivos claros y evaluables. El segundo, que considera mucho más difícil conseguir una mayoría absoluta por sí mismo, debe seguir atacando al PP como al único partido de gobierno –intuición cierta, por otra parte– y al mismo tiempo ajustar continuamente su programa al de sus aliados nacionalistas, que son los que permiten llegar al poder. La habilidad de Rodríguez Zapatero consiste en hacer pasar esta debilidad por una posición de fortaleza. Donde hay dependencia, se habla de apertura al diálogo y donde hay incapacidad de elaborar un programa se preconiza la reforma perpetua. Como él mismo dijo en un momento del debate, no hay más certidumbre que el cambio. En un político normal, esa afirmación sería un suicidio. En Rodríguez Zapatero, es una baza.
 
Ante eso, el Partido Popular, y Mariano Rajoy en su nombre deberían –en mi opinión– acentuar e intensificar la sensación de firmeza que la semana pasada lograron transmitir. Para eso es necesario presentar propuestas articuladas, claras y argumentadas ante todas y cada uno de las posiciones de Rodríguez Zapatero.
 
Cuando Zapatero habla de la sumisión del Partido Popular a Estados Unidos, Rajoy debe hablar de cómo la política que apoyó el gobierno en él que él mismo participó está propiciando la democracia en Afganistán, en Irak, en Palestina y abriendo nuevas vías para la libertad y la paz (un término que el PP no tiene por qué dejarse robar) en muy diversas zonas del mundo. Podría incluso manifestar su orgullo, y describir cómo era la situación antes y cómo es ahora.
 
Cuando Zapatero habla de las sonrisas de los homosexuales, Rajoy debe explicar por qué su partido se opone al matrimonio gay, por qué es partidario de las uniones civiles y además, recordar al Presidente de Gobierno que su propuesta de alianza de civilizaciones tiene por aliados a países en los que la homosexualidad es un delito, en algunos castigada con la pena de muerte, y que la dictadura castrista de la que el PSOE es el patrocinador internacional encierra a los homosexuales en campos de concentración.
 
Y cuando Zapatero pregunta en tono de retórica frívola, como si estuviera en una tertulia progre, si el PP repondría las estatuas de Franco o qué haría con el Valle de los Caídos, el PP debe responder lo que piensa hacer en estos casos. Hay muchas respuestas, y argumentos a favor de todas ellas.
 
En resumen, Rajoy estuvo muy bien, y por eso conviene seguir haciendo un esfuerzo para estar aún mejor.

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