Los escépticos ya no podrán dejar de creerlo, pero después de que los americanos echaran del poder a Sadam Hussein, después de la Constitución provisional de febrero de 2004 y del traspaso de la soberanía a las autoridades iraquíes en junio, ha llegado el momento de las elecciones.
Hay muchos elementos para ser pesimistas y dar la razón a todos –en particular los progresistas– los que piensan que la democracia es imposible en Irak. Hay muchas otras razones para ser moderadamente optimistas.
En primer lugar, la inmensa mayoría de los iraquíes, casi el 80%, ha manifestado su intención de acudir a votar a pesar de las amenazas, los asesinatos y los atentados. Muchos iraquíes, sobre todo los que viven en el llamado triángulo suní, sabe que su vida o la de su familia corren peligro si acuden al colegio electoral, pero muchos de ellos ya se han arriesgado a ir a recoger los formularios. Si las elecciones fracasan, los norteamericanos se replegarán y el país volverá a la dictadura o caerá en la guerra civil. Los iraquíes saben muy bien lo que es la primera y conocen la segunda por la violencia desencadenada por los terroristas y los nostálgicos del régimen de Sadam, los mismos que los medios de comunicación occidentales llaman “insurgentes”
Los chiítas, contra los que se ha dirigido la violencia terrorista, han aguantado sin responder porque saben que son mayoritarios. Las elecciones serán su forma de respuesta, por lo que la participación será, previsiblemente, alta. Hay quien asegura que los chiítas seguirán la vía de la revolución islámica iraní. Hay muchos observadores que apuestan por lo contrario. La personalidad moderada de Ali al-Sistani, el desastroso ejemplo iraní, el recuerdo de la historia trágica de los chiítas iraquíes que encabezaron la revuelta fracasada contra los británicos en los años veinte indican, según estos observadores, que están dispuestos a la negociación y al acuerdo.
Los kurdos también participarán masivamente porque el establecimiento de un régimen democrático es la única posible vía de continuidad al sistema pacífico que ellos mismos han ido construyendo, protegidos por los norteamericanos, al norte de Irak. Son una minoría y saben que no llegarán nunca a dominar Irak. No es lo que quieren. Si demuestran que quieren participar, podrán utilizar los mecanismos de precaución previstos en la Constitución provisional, actualmente vigente, para que se tengan en cuenta los intereses de las minorías.
Quedan los sunitas. Podrían seguir el ejemplo de los kurdos hoy, o el de los chiítas en los años 20. Por ahora, no presentan un historial muy alentador, aunque si las elecciones se celebran con normalidad relativa y la opinión internacional respalda sus resultados, parece dudoso que la mayoría de la población sunita esté dispuesta a apoyar un estado de rebelión terrorista permanente.
Después de las elecciones de Afganistán y las celebradas por los palestinos, no hay por qué pensar que las del próximo domingo vayan a ser un fracaso. Su celebración es, de por sí, un éxito gigantesco.