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José T. Raga

A Dios lo que es de Dios

¡Que el Señor le acompañe en la travesía que inicia, para el bien de su Iglesia y de toda la familia humana!

¡Que el Señor le acompañe en la travesía que inicia, para el bien de su Iglesia y de toda la familia humana!

Es parte de la respuesta que dio Jesús a la interpelación de los fariseos acerca de si era justo pagar tributos al César: "Pagad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mt. 22, 21, Lc. 20,25 y, análogamente, Mc. 12,17). Mezclar las cosas de Dios con las cosas del César, es decir, tratar de amalgamar el orden sobrenatural con el orden temporal, sólo conducirá a la confusión, al error y, en última instancia, a la desesperación de quienes no comprenden que los dos órdenes se rigen por principios distintos, aplicando por error lo que es propio del uno al otro.

El Cónclave llamado a elegir a un nuevo papa se rige por el principio del orden sobrenatural: la oración, la meditación, la generosidad, la fraternidad, tratando en todo momento de hacer la voluntad de Dios, e invocando al Espíritu la Luz necesaria para conocerla y ponerla en práctica.

A los ojos del César, la elección se desarrolla en un escenario inconcebible. Es una elección sin candidaturas preestablecidas: todos son candidatos. Pero no sólo los allí reunidos –los electores–, también los ausentes, no sólo cardenales sino obispos, sacerdotes, etc. En la propia Constitución Apostólica se establece lo que habrá que hacer cuando el elegido no haya sido consagrado, con anterioridad, en el orden episcopal, disponiendo que habrá que hacerlo inmediatamente después de la elección.

No existe otro programa electoral, común para todos ellos, que el de seguir la doctrina emanada de las Sagradas Escrituras, interpretadas por la Iglesia Católica. Finalmente, no hay campañas electorales, ni publicidad de los atributos que adornan a cada candidato, ni audiovisuales para que la imagen de los candidatos quede grabada en la memoria de los electores. Por otra parte, el elegido no representará a los electores sino al mismo Cristo, como su vicario en la tierra.

En fin, un mundo desconocido para el César, que lo es, porque el César conoce las cosas del César, pero no las de Dios. Un error que comparten con él los servidores de su información, que se afanan en elaborar candidaturas basadas en elementos que, por lo visto, poco o nada cuentan para la voluntad de Dios. Ni las candidaturas de los medios ni las campañas inocentes o maliciosas sobre los candidatos han tenido influencia alguna en el resultado de la elección. El papa Francisco lo ha sido pese a las previsiones y vaticinios del César y de sus huestes.

Todo el aparato mediático no ha supuesto nada frente a un humilde cardenal primado de Argentina, arzobispo de Buenos Aires. Un primado sencillo, que no titubeó en enfrentarse al presidente Néstor Kirchner, quien le acusó de presionar las voluntades públicas, y a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que le consideró medieval e inquisidor. Un papa cuyas primeras palabras, tras el saludo a los fieles en una impresionante Plaza de San Pedro, fueron: "Ante todo, quisiera rezar por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja". Un papa de gran corazón, un papa que está presto a iniciar "un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros". Un papa que deseamos sea conocido al final de su Pontificado como el Gran Papa Francisco, llamado a enderezar lo torcido y sanar lo que pueda haber de enfermo, consecuencia de las imperfecciones de los hombres.

Atrás quedan las polémicas mundanas, las del César, entre preferencias nacionales o continentales, preferencias por cuestión de movimientos, edades, etc. Sólo queda una preferencia: la preferencia por la Iglesia de Cristo. Esa es la única que ha guiado, sin condicionantes, sin violencias y sin manipulación, la voluntad de los cardenales electores en los cinco turnos de votaciones que concluyeron en la elección del sumo pontífice Francisco.

¡Que el Señor le acompañe en la travesía que inicia, para el bien de su Iglesia y de toda la familia humana!

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