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José T. Raga

...A Europa

Esa Europa a la que prometió llevarnos, ¿es esa en la que su actual Presidencia de turno no cuenta para nada? A mí me daría vergüenza.

Seguro que recordarán ustedes, como también recuerdo yo, aquellas manifestaciones del señor presidente del Gobierno que por lo falsas, por lo arrogantes y por lo ofensivas, resulta difícil olvidarlas, avivándose con crueldad suma cuando los hechos de la vida hacen que, desgraciadamente, cobren palpitante actualidad. Con la autosuficiencia desde la que se pronuncia quien nos gobierna, no tuvo el mínimo recato en arengarnos, asegurando que él –porque sólo él existe–, nos llevaría a Europa

Eran falsas porque ya estábamos allí, y no se puede llevar a quien ya está; además estábamos con una cierta relevancia, con una buena consideración y desempeñando un papel difícil de imaginar sólo diez años antes. Eran arrogantes, porque si de llevar se tratara, no puedo imaginar que el Sr. Rodríguez Zapatero fuera el conductor apropiado para ese viaje; de hecho todo lo que pilota, encalla o se estrella. No conozco un solo proyecto que haya tenido un resultado feliz y para bien de los españoles. Y, finalmente, eran ofensivas, porque España estaba allí y con gran dignidad, gracias al esfuerzo de todos los españoles que nos propusimos hacer las cosas bien, sacrificarnos en el gasto público y en el privado, cosa que usted no sabe ni como se acomete, y conseguir en pocos años lo que muchos países habían precisado algunos lustros.

Así que... ¡llevarnos a Europa! Pues menos mal, porque si no hubiera sido por esa promesa, nos habrían dado ya la patada. Ya sé que al modo de hacer de todos los dictadores, le echará las culpas a Dios sabe quién; cuanto más alejado y más indefinido mejor, porque no vaya a ser que, estando próximo, tenga la oportunidad de responder. De momento ya se ha lanzado a decir que lo de Standad & Poor’s es por falta de información de esa agencia, que tampoco puede reconocérsele una voz autorizada. Claro, negando la mayor, no necesitamos seguir en la discusión; lo que pasa es que el problema está ahí y son los españoles los que lo van a sufrir.

Algo semejante dijo su vicepresidenta segunda, la Sra. Salgado, aseverando que las advertencias del Fondo Monetario Internacional sobre España se deben a que no conoce bien la economía española. Es natural: como reza el refranero, "de tal palo tal astilla". Lo cierto es que, pese a todo su aparato publicitario desarrollado por los medios afines –casi todos los de ámbito nacional–, la solvencia de la deuda pública española ha quedado reducida a una doble A y con tendencia al empeoramiento (AA-).

¿Piensa explicar esto a los españoles? Supongo que no. Haría falta mucha más hombría de bien y, sobre todo, más sentido de responsabilidad política, en cuya primera regla figura la de decir siempre la verdad, para que usted optase por darse un baño de sinceridad y, aunque no lo tenga por costumbre, decir las cosas como son. Ayer, sin ir más lejos, su periódico, al que acudí por curiosidad morbosa, tengo que reconocerlo, daba una interpretación a su medida del funesto acontecimiento: acusaba a Grecia de habernos contagiado.

Ya sé que ese periódico no me merece la más mínima credibilidad, pero la verdad es que sus lectores deben de profesar una fe tan inquebrantable en lo que allí aparece, que deben renunciar a cualquier análisis o simple consideración de coherencia. Los pobres griegos están mal, ya lo sé, aunque no le he dicho que están mal por lo mismo que estamos mal y estaremos peor los españoles: por las fazañas de su Gobierno. Por eso han recurrido al orgullo nacional, que es lo único que, con las ruinas de una Grecia que fue grande, es lo único que debe de quedar en aquel país.

Cuando uno está enfermo, al menos este enfermo, adolece de una enfermedad propia, autónoma. Nadie nos ha contagiado. Además, sus lectores de El País, podrían preguntarse, si así fuera, por qué no nos ha contagiado Alemania. Si rehicieran esa pregunta, concluirían que usted va siempre con malas compañías. Es lo que tiene el no distinguir.

Pero volvamos a Europa. Esa Europa a la que prometió llevarnos, ¿es esa en la que su actual Presidencia de turno no cuenta para nada? A mí me daría vergüenza. Es más, me ruborizo cada vez que en el avión oigo al sobre-cargo –él o ella– anunciando que Iberia es el transportista oficial de la Presidencia Española de la Unión Europea. No sé si reír o llorar. Como no sé por qué optar, cuando veo que sin recato alguno se reúnen la canciller alemana y el presidente francés para decidir lo que hay qué hacer en Europa y, a usted, presidente de turno, ni siquiera le convocan. Como no sé que hacer cuando su ministro, señor Blanco, reúne a los ministros de transporte de la Unión –virtual, que no virtuosamente– para tomar decisiones respecto a la nube volcánica, y el resultado es que cada país haga lo que le venga en gana. Es lo que se llama autoridad y prestigio internacional, además de capacidad para gestionar acuerdos.

Me da la impresión, ojala estuviera equivocado, de que nos toman a chufla, de que ni nos escuchan ni piensan perder el tiempo con nosotros, y, por si no estuviera equivocado, esto me entristece. Nunca he sido de los que van con la gloria por delante, pero que te tomen por el pito del sereno, francamente, me molesta; porque trabajo como cualquier persona europea, me tomo las cosas en serio como los europeos, he hecho sacrificios como los europeos y, como nunca he engañado a nadie, creo que tengo derecho a que me respeten como español. Como persona, me preocupa menos porque mi dignidad no está en el mercado y por mucho que usted o cualquier otro trate de vapulearla, permanece intacta, como patrimonio íntegramente de mi propio ser. Supongo que lo entiende, pero si así no fuera estoy dispuesto a dedicarle a este tema, las mismas sesiones que el señor Sevilla le ofreció para explicarle el impuesto sobre la renta, aunque espero que con más eficacia.

¡Ya me dirá! Mientras tanto, mejor que no vaya a Europa; al fin y a la postre, como en casa en ningún sitio. Es un saber aldeano que conviene recordarlo con frecuencia.

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