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José T. Raga

El débil recurso a la jactancia

Lo que mejor ha podido hacer el señor presidente es volar a Estados Unidos, donde, si sus acompañantes tienen la bondad de no pasarle ningún periódico español, le evitarán disgustos innecesarios.

En efecto, efímero como pocos de aquellos reductos en los que el ser humano puede encontrar refugio, bien para vivir sus carencias, bien para tratar de transmitir imágenes, alejadas de una realidad que se trata de ocultar. La jactancia suele venir acompañada de otro vicio no menos nocivo que ella, cual es la arrogancia, la que irremisiblemente se potencia en sus efectos por la petulancia.

Si la jactancia se limitase a eso, a presumir de las excelencias propias, a reafirmarlas, a subrayarlas, a pregonarlas, no tendría otro efecto que la ostentación de esa ridícula visión de mostrarse como el más guapo del universo, al modo a como lo hiciera la madrastra de Blancanieves, en su interrogatorio al espejo mágico. Lo que pretende el jactancioso es, exactamente eso: vender una imagen, convencido del éxito de su pretensión, la cual le situará indebidamente por encima del resto de los humanos, que para él no pasan de ser simples células de una masa informe y anónima, sin capacidad para distinguir entre la verdad y la mentira, ni para apreciar diferencias entre lo real y la ficción, o entre lo bello y lo estrafalario.

La jactancia tiene un recorrido muy corto; que se le pregunten si no a nuestro presidente del Gobierno. Inicialmente basta con una acentuación desmedida y a ser posible incorrecta en su fónica gramaticalidad para lanzar un mensaje de superioridad al que no tiene acceso ese vulgo que le rodea con modestia y humildad. Sin embargo, el dogmatismo que subyace en el campanudo pronunciamiento de los arrogantes inicios, que no permitiría la más liviana sospecha de fraude a la realidad, se torna dubitativo y estéril apenas pasados los primeros momentos.

El jactancioso, entonces, tiene que salir de aquel refugio en el que buscaba seguridad para poner en marcha otras herramientas que den efectividad a su pretensión de seguir siendo el más guapo de forma indubitada. El ataque personal a los que dudan de su prevalencia, o las advertencias apocalípticas con tono firme y decidido, o las amenazas de los grandes males que se avecinan, caso de no contarse con su presencia y protección, serán las herramientas que se utilizarán para afirmar su mejor conocimiento del mundo y de sus veleidades, así como de las consecuencias de éstas para la humanidad entera. También, a corto plazo, estos métodos, que van aumentando en agresividad y violencia –el jactancioso ya no se limita a afirmar que es el más guapo, porque la sociedad ha descubierto que no es así– producen los efectos de toda sensación de pánico: "todos al refugio" se decía durante la guerra. Es el miedo al paro en unos casos; el miedo a la confiscación, en otros; el miedo a perder las subvenciones o prebendas prometidas; el miedo a no alcanzar el cargo esperado... el que reviste de pleitesía lo que no es más que necia cobardía.

Entre esas herramientas, hay una de especial relieve: la mentira. Contravenir la verdad, no es más que un hecho corriente. Lo realmente importante es mantener la relevancia en el escenario político; un escenario que ya es territorio agresivo para un jactancioso que ha perdido su capacidad de persuasión. Nadie cree ya que sea el más guapo, ni el más inteligente, ni el estadista más cualificado; y como nunca intentó que se le considerara el más bondadoso, el más virtuoso, el más prudente ni el más justo, su jactancia se ha quedado sin contenido. Vamos, lo que sería una jactancia vacía.

Nuestro hombre, el señor presidente del Gobierno, se siente solo, débil en la sociabilidad, nadie confía en él porque se ha comprobado una y mil veces la falacia de promesas y propósitos. Los que otrora formaron su equipo, se dispersan portando un lema en la huida, que bien podría rezar "no quiero saber nada". Fueron sus fieles, o quizá más que fieles, comparsas obedientes. De hecho, cualquier discrepancia hacía peligrar la permanencia y hasta fenecer en el que se consideró puesto de confianza. De poca confianza, porque era lo que realmente faltaba en aquella relación. De hecho, el jactancioso parece estar privado del derecho a confiar: él es más que los demás, en todo. ¿Qué le pueden decir que él no sepa?

La realidad es que el círculo se va cerrando y la soledad va apoderándose de quien se jactaba de ser el mejor. Tanto se ha reducido que, ni siquiera los más cercanos y eficaces en la obediencia, son capaces de satisfacer la necesidad de acompañamiento, porque la realidad es que tampoco saben qué decir; cualquier opinión puede ser penalizada, por lo que mejor sonreír, sin pasar de ese atrevimiento.

Llegado este momento, el jactancioso necesita la droga que alivie su depresión: la adulación pública, cuanto más numerosa mejor. Recuérdese la administración de esta receta en los apoyos multitudinarios que precisaron personajes como Mao Tse Tung, Adolf Hitler, Josef Stalin, Benito Mussolini, Francisco Franco, Fidel Castro, Kim Jong-il, Hugo Chávez, etc. para sobrevivir a su soledad interna, insertos en una muchedumbre. Muchedumbres que nunca pasarán de masas inertes, aunque reglamentariamente vociferantes.

Nuestro presidente se ha conformado con la bochornosa adulación del Comité Confederal del PSOE –creo que se llama así–, seguramente pensó que nunca reuniría a los que reunieron los enumerados en el párrafo anterior. Aunque, la imagen cualitativa que se pretendía, difería poco de la de aquellos: todos –los que sean; no importa más o menos– como una piña junto a nuestro presidente y líder, y con una nueva mentira conformada como lema: "Todos contra los poderosos". Al tiempo que éstos, los poderosos, no pueden menos que dejar entrever una leve sonrisa, como el más elocuente de los mensajes. ¿Acaba aquí la historia? ¡Vayan ustedes a saber! De momento, lo que mejor ha podido hacer el señor presidente es volar a Estados Unidos, donde, si sus acompañantes tienen la bondad de no pasarle ningún periódico español, le evitarán disgustos innecesarios. Y, si ve los americanos, mientras no se los traduzcan...aquí paz y allá gloria, ya vivir que son dos días.

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