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José T. Raga

La autoestima, también en lo público

La autoestima suele venir precedida de la autoexigencia, fundada en el honor que se siente por el trabajo bien hecho.

La autoestima suele venir precedida de la autoexigencia, fundada en el honor que se siente por el trabajo bien hecho. Un juicio que está por encima de evaluaciones externas, las cuales simplemente vienen a corroborar lo que la propia exigencia había trazado como fruto de la tarea.

Dicho lo cual, estamos pensando en personas, con toda probabilidad, anónimas, pero con un empeño y un sentido de la responsabilidad en su quehacer diario que, aun pasando desapercibidas para la sociedad en general, constituyen ejemplos para quienes apuestan por el buen trabajo, por el buen servicio.

Era el orgullo en el que se recreaba el viejo artesano cuando se reconocían su mano, su destreza, su habilidad y su afán perfeccionista. Cualidades que, evidentemente, no sólo daban en el artesano, sino en cualquier profesional que ejercía su profesión –por cuenta propia o ajena– pero que se recreaban en la perfección de la obra terminada.

Tan común era esa autoexigencia y esa complacencia que, con frecuencia, el profesional por cuenta propia, cuando abría sus producciones al mercado, solía guardar las mejores para sí, en un alarde no intencionado de manifestar que sus esfuerzos y esmero se habían hecho acreedores a gozar en solitario del privilegio de admirar la belleza conseguida como resultado.

En un mundo en el que parece haberse impuesto la producción masiva, con gran participación de equipo capital, se podría pensar que aquella contribución de habilidades físicas y sobre todo de facultades psíquicas no tiene espacio en las producciones de hoy. Nada más ajeno a la realidad.

El autor de la obra, el sujeto del trabajo, sigue siendo tan esencial en la economía, en la política y en la sociedad de hoy, como lo fue aquel artesano en siglos pretéritos. No en vano, de dos personas que aparentemente hacen lo mismo, una cosecha el éxito y la otra el fracaso.

¿Existe acaso ese artesano también en el sector público? Yo, y no por optimismo, me atrevo a asegurar que sí que existe y que, en nuestras relaciones con las Administraciones, hemos encontrado personas que se comportan con la diligencia y exigencia personales que caracterizaban a aquel artesano.

Como españoles, en cambio, nos preguntamos: ¿por qué cuando pasamos del orgullo personal al orgullo nacional pueden cambiar las cosas? ¿Es que no importa el buen nombre y la admiración de terceros por el trabajo y la gestión pública hechos por España? ¿Por qué, entonces, el incumplimiento casi sistemático de los compromisos adquiridos, por ejemplo con la Unión Europea? Pedir aplazamientos de lo comprometido, es el deporte de los morosos. ¿Es que no nos importa seguir siendo creíbles en Bruselas?

Relajar la exigencia de autoestima, más cuando es de la nación española, no es admisible en quienes deben cooperar a ella. A la autoestima de la Nación solo se llega por la autoestima del individuo, de todos los individuos. Lo contrario son zarandajas.

En España

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