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José T. Raga

La ratonera de Sebastián

Es sorprendente que el ilustre ministro, con la inteligencia que algunos le atribuyen, no se le haya ocurrido que sobran primas verdes y sobra estructura de desgobierno. ¿Por qué no empezar recortando de ahí primero?

No quisiera con el título emular, aunque quizá sí rendir homenaje a Agatha Christie, madre del suspense fino y de buen gusto, por tantos motivos recordada y por tantas razones leída a lo largo de generaciones y generaciones. El suspense de Sebastián, ni es fino ni de buen gusto. Más que un suspense es un sin vivir diseñado para atrapar, mediante el engaño, a propios y extraños, de aquí su rechazo y desprecio.

Es verdad que hubiéramos podido suponer que así sería, y no somos pocos los que lo advertimos ya en sus inicios, pero la deriva que están tomando los hechos, la impunidad con la que los agentes del poder político manejan derechos, libertades y patrimonio de los españoles, y la catástrofe a la que nos vemos abocados, hace que la cosa merezca, al menos, alguna reflexión.

Presumir de algo, casi siempre está mal, sobre todo porque, como dice el viejo refrán, "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces", y su validez parece constatarse cada día en las idas y venidas de un gobierno sin una orientación clara, ni una línea política realista y coherente con lo que el mundo moderno exige de un gobernante.

Se presume en unas ocasiones de ser rojo, que hace falta valor para ello –con lo que ha llovido–, cuando en otras la presunción se inclina por lo verde; en fin, un lío cromático que pocos serán capaces de digerir. Lo malo, de todos modos, no acaba ahí, sino que aumenta su complejidad cuando hoy predomina el rojo, mañana nos pasamos al verde, al otro al amarillo y, vaya usted a saber si, en algún momento, incluso al azul.

Lo malo es que en ese tráfago de quita y pon colores algunos toman decisiones para jugar con el color que mejor encaje con el dominante, fijado por quien tiene el poder. Y, con audacia, se aprestan raudos a equiparse, acorde con las leyes cromáticas del buen gusto, para no desentonar en las exigencias de una mínima estética política. Pero quien define el color, cambia sin reparar en que muchos tomaron decisiones y se equiparon para ello. Pero eso, al del poder, le importa muy poco. Está seguro de que él tiene el poder y de que, por tanto, no es que puede hacer lo que debe hacer, sino que puede hacer lo que le dé la gana.

En un momento de cotización al alza del verde –aunque olvidando la energía nuclear que, además de verde es barata– de la mano del Gobierno de ZP, empezaron a llover subvenciones a las energías renovables que, tanto desfiguraron el mercado, que hasta hubo quien producía kilovatios fotovoltaicos por la noche, usando un generador a gasóleo, porque el precio del kilovatio producido como verde, distaba tanto de la energía negra consumida, que permitía cualquier veleidad. La aberración no podía ser mayor, y ello por no mencionar los parques solares que ni siquiera estaban conectados a red alguna. Dirán ustedes que esto era producto de la picardía del pueblo español, siempre tan genial para estas cosas. El pueblo español, como el italiano o el chino, sólo hace que aprovechar el campo de acción que ofrece el sinnúmero de despropósitos de un Gobierno ausente de la realidad en la que vive.

Así, el ministro Sebastián se situó como la cabeza de una tierra de promisión; algo así como el Padre Eterno en el Jardín del Edén, sin pensar que la bolsa de obligaciones que iba generando su política de subvenciones y precios energéticos, acabarían provocando dificultades de muy difícil solución. Para que se hagan una idea, en el horizonte de un par de años, se calcula que el déficit tarifario del sector eléctrico se situará en los 22.000 millones de euros, que en algún momento tendrá que satisfacer el Estado a las compañías eléctricas; y es que, ser verde tiene su coste, aunque la cuestión que a mí me preocupa ahora es quién tiene que pagar ese coste.

Al señor ministro, mente preclara donde las haya, aunque algo olvidadizo, se le han ocurrido tres posibles caminos para resolver el problema: uno sería suprimir las primas o subvenciones a las energías renovables –se le ha olvidado que ni falta que hacía que se establecieran en su momento, con lo que nos habríamos evitado el problema–; otra posibilidad consistiría en subir a los consumidores el precio de la luz algo más de un 30%, con lo cual el despropósito del Gobierno se desplaza a los usuarios del servicio; y un tercer camino sería dejar todo como está, es decir, seguir en la vida de ficción, y subir los impuestos a los ciudadanos –esto ya no sería ficción– para pagar aquel déficit tarifario que asume el Estado como resultado de su torpe gestión. Con desvergüenza suma, se ha permitido, incluso, opinar que para él, la más viable es la tercera, la de los impuestos.

¿Por qué, podrán preguntarse, cuando ya estamos azotados por subidas impositivas? Porque en los alrededores de la ratonera, los ratones son de razas muy diversas: algunos, los ratones viejos, son más zorros que ratones, por lo que no picarán en la búsqueda del queso, incluso se atreverán a roerle los zapatos al Ministro (estoy pensando en las compañías de producción de energía eléctrica verde), posibilidad ésta que aconseja prudencia al ministro. Otros ratones, siendo grandes consumidores, alegarán el efecto sobre los costes de su producción y de éstos en la competitividad en un mercado global, además de los efectos inflacionarios que podrían no gustar a nadie, por lo que tampoco se sentirían muy atraídos por el queso-trampa. El tercer grupo de ratoncillos, los contribuyentes, sobre todo los medianos y pequeños, son unos pardillos que, carentes de otros medios acudirán en busca del queso y quedarán atrapados por la ratonera, pagando impuestos más elevados para siempre y, además, por si se hubieran hecho alguna ilusión, se les quitará el queso una vez estén atrapados en el interior.

Es sorprendente que el ilustre ministro, con la inteligencia que algunos le atribuyen, no se le haya ocurrido que sobran primas verdes y sobra estructura de desgobierno. ¿Por qué no empezar recortando de ahí primero?

¡Vaya ministro poco ocurrente! Sinceramente me ha decepcionado; esperaba otra cosa de su capacidad.

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