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José T. Raga

Mejor el resto del año

Si los nuevos miembros del Gabinete están dispuestos a trabajar por el bien común de los españoles, espero que trabajen todos los días del año, no sólo estos cuatro. Si no lo están, mejor que ni aparezcan por sus despachos.

Ya sé que se dirá que son gestos, pero ocurre que los gestos, cuando son honestos, son indicativos de un estado de ánimo o, al menos, de unos criterios, de unas ideas que presidirán el comportamiento de quienes así los manifiestan; cuando ni siquiera gozan de aquella honesta sinceridad, son simples farsas que se usan como pantalla pública para encubrir los verdaderos fundamentos de los farsantes.

No voy a entrar en las personalidades ni en las capacidades de los nuevos miembros del Gobierno del Sr. Rodrígez Zapatero, recientemente nombrados y a ellos transferidas las competencias tras el acto de promesa, pues el juramento parece demasiado fuerte y comprometedor, por lo que mejor prometer. Al fin y a la postre el mundo está lleno de promesas incumplidas y parece demostrado que no pasa nada.

Lo que sí me parece es que han empezado mal. Hacer proclamación de que todos los ministros –sí, también las ministras, para que no se enfaden aquellas que toda su acción de Gobierno va a dirigirse a no utilizar los genéricos– se van a encerrar los días festivos de la Semana Santa y Pascua de Resurrección –en total cuatro– para trabajar intensamente, mientras los vagos españoles disfrutan de un descanso en las tareas laborales, me parece un intento de presunción necia de laboriosidad. Y si me apuran ustedes, un insulto a quienes tienen, por su esfuerzo diario, bien merecido un reconfortante descanso.

Les habría podido decir que, por qué no santificar las fiestas, aunque esto supondría, con suerte, una ofensa irremediable para los que profesan como religión el laicismo; una religión sin Dios y sin dioses. Jamás ofendería deliberadamente a nadie y tampoco a los miembros del Gobierno que, para bien o para mal, tienen la misión de administrar los recursos con que nuestros impuestos les han nutrido y, además, guiar la nave de esta nación llamada España hacia el mejor de los puertos posibles, evitando al máximo las galernas que se hagan presentes durante la travesía.

En cambio, lo que sí se me ocurrió ante tal manifestación –que no se si era por voluntad de los comprometidos o por mandato de la vicepresidenta Sra. Fernández de la Vega– es que a mí me habría gustado más que me asegurasen que se proponían trabajar el resto de los trescientos sesenta días del año. Es más, pensándolo bien, para un trabajo eficiente en el resto del año, no habría estado de sobra que cada uno desarrollase a solas una reflexión de cómo iba a enfocar los problemas que tienen en el escenario que les espera, así como con quién contar para ello, ampliando algo más el círculo de amigos para introducir alternativas competentes junto a las opciones entre compadres.

Mi experiencia es que comenzar a correr al toque de un silbato, sin más consideración, sin más valoración, es optar a abalanzarse sin remedio por el precipicio, arrastrando además a todos aquellos cuyas vidas dependen de las decisiones de los irreflexivos precipitados. Que eso lo ordene la vicepresidenta primera del Gobierno, resulta cuando menos preocupante pues, quien estas líneas escribe lleva –ni sé ya los años– tratando de encontrar alguna utilidad a esos viajes múltiples, acompañados de las correspondientes sesiones fotográficas por los países del África subsahariana. Habría sido más eficaz, además de menos costoso, que hubiera permanecido trabajando en su despacho en los asuntos que le son propios, en vez de recuperar el tiempo perdido en estos cuatro días, proclamados al parecer como solución de todos los males.

Así que, si lo que se pretendía era dar sensación de laboriosidad, a mí y pienso que a muchos, no han conseguido convencernos. Además, ¿en qué posición queda quien no ha estado por la labor? A alguno le hemos visto paseando por la playa. Por si faltaba algo, ya ha habido algún desistimiento a seguir en las tareas de gobierno, de algún alto cargo del Ejecutivo anterior, alegando falta de sintonía con la nueva ministra. Bien es verdad que podría haberse ahorrado la justificación, porque no creo que la nueva ministra haya empezado ya a dirigir la orquesta; sería una insensatez, primero hay que leerse la partitura. Habría sido más lógico decir que lo correcto es dimitir cuando cambia el jefe inmediato para que el nuevo no tenga restricciones al formar su equipo; o que la nueva ministra no contaba con él; incluso podría haber dicho que esperaba ser ministro y que no siendo así, no le interesaba seguir en el asunto. En fin, excusas varias, superiores a la de la sintonía.

En mi criterio, la laboriosidad, si es que algo han hecho, es más un escaparate para tratar de vender una mercancía que una realidad sustantiva que beneficie a la Nación. Porque, se me ocurre ahora, ¿cuántas horas extraordinarias se han tenido que pagar al personal de administración y servicios, al personal subalterno, etc. para que el escaparate se montase?

Yo creo que lo mejor para todos es trabajar sin alardes, todos los días, como la cosa más normal del mundo. Trabajar, además, para el bien común de los españoles y de la humanidad entera, no para detentar más poder o para beneficiar a los pocos amigos en perjuicio de los muchos españoles sacrificados.

Si a eso están dispuestos los nuevos miembros del Gabinete, espero que trabajen todos los días del año, no sólo estos cuatro. Si no lo están, mejor que ni aparezcan por sus despachos; que tomen unas largas vacaciones pagadas y a esperar un ascenso o una remoción. Los españoles, todos, lo agradeceremos sinceramente.

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