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José T. Raga

¡Qué tendrá la calle!

¿Cómo pueden en Cataluña tomar la calle quienes están gobernando? ¿Por qué toman la calle quienes se sientan en la Carrera de San Jerónimo?

No puedo salir de mi asombro cuando veo a la calle como herramienta política, que, por lo visto, se promete eficaz. La referencia a "la calle", y no hay que quitarle esa dignidad, ha estado asociada a la marginación, a la exclusión de hombres mujeres y niños que carecen de lo más esencial y encuentran en la calle la acogida que no les dispensan los hombres.

Así, decimos que alguien vive en la calle porque carece de hogar; o que es un niño de la calle porque, además de carecer de vivienda, carece también de una familia que le acoja y le permita sentirse querido. Cuando la izquierda quiere vituperar a los Estados Unidos, ocupa un lugar preferente la denuncia de los homeless, pobres entre los pobres, residentes en calles y parques.

Lo que nunca imaginé es que ese sentido de la calle, como último recurso de quienes nada tienen, fuera mancillado por la apropiación que lidercillos políticos hacen de ella, convirtiéndola en pseudoareópago desde el que se recrean presumiendo de lo que no tienen –fundamentos– y haciendo lo que no deben –confundir, engañar y crispar –.

Hasta en esas perniciosas artes, las novedades son asombrosas. La sociedad se sintió moralmente obligada a ser tolerante cuando la calle se utilizaba por determinadas fuerzas sociales que se consideraban carentes de voz, pues, a falta de otro marco para dejarse oír, la calle actuaba como altavoz de sus pretensiones.

Hoy, las cosas son bien diferentes. Los que hoy usurpan la calle son personajes que se sientan en los parlamentos –quizá sólo se sientan, cuando se sientan– y que, ante su incapacidad para convencer de sus ideas y convicciones –quizá tampoco abunden–, con infidelidad suma a la institución de la que forman parte, y de la que reciben una sustanciosa remuneración, toman la calle para vociferar y provocar el vértigo en quienes, lejos del necesario sosiego del pensamiento, se someten al engaño.

En unos sitios es la extrema derecha y en otros la extrema izquierda; no importa el lugar; tampoco su implicación en el gobierno o desgobierno. Razón y gritos son términos antitéticos. El que vocifera es porque nada tiene que decir, utiliza el grito como herramienta para sembrar el enloquecimiento en quienes, muy a corto plazo, podrán regalarle votos; votos desde la emoción irracional, que serán tan efímeros como sus vacías, aunque ruidosas, palabras.

¿Cómo pueden en Cataluña tomar la calle quienes están gobernando? ¿Por qué toman la calle quienes se sientan en la Carrera de San Jerónimo? Al español medio, el que trabaja a diario para sobrevivir, le cuesta mucho entender estas actitudes.

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