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José T. Raga

'Quo usque tandem...?'

¿Qué pretende el presidente Mas? ¿Hasta cuándo podremos soportarle?

Así comienza la primera catilinaria, que nos recuerda una efeméride políticamente ejemplar. Bien es verdad que en el panorama político actual no encuentro a ningún Cicerón, ni el Senado de hoy tiene nada que ver con el de la tardo-república romana, para desgracia del actual. Lo cierto es que aquella interpelación de Cicerón –"¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?" (Quo usque tandem abutere, Catilina, patitentia nostra?)– es lo único que me ha sugerido el nuevo Gobierno de la Generalidad.

Ya sé que el presidente Artur Mas dista mucho –en su perjuicio– de Lucio Sergio Catilina. Sin embargo, como las pretensiones no están relacionadas con la inteligencia, sino de ordinario con la necedad, nada hay de extraño en que se puedan encontrar denominadores comunes a ambos personajes. Los pretendían más poder: Catilina aspiraba al poder absoluto liquidando la República romana, y para ello tramó la conjura que le llevaría al fin pretendido; Mas aspira a una Cataluña independiente que le invista con los máximos poderes, pues así lo requiere la puesta en marcha de un nuevo Estado.

En el año 63 antes de Cristo, esa frase tan sencilla, pero tan lúcida, propia de un Marco Tulio Cicerón, fue suficiente para desenmascarar la conjura estratégica tramada por Catilina para conseguir el poder mediante el asesinato de cónsules y senadores. El resultado ya se conoce: los conjurados huyeron, y lo mismo harían los catalanes que bailan al son de Mas, que acabarían siendo derrotados –siempre lo han sido–, como lo fueron en Pistoia los partidarios de Catilina.

Que Mas ha abusado ya de nuestra paciencia no puede ponerse en duda. Por eso, en sustitución de la pregunta ciceroniana ante el Senado, yo, ante esa misma Cámara, presentaría otra no menos sencilla: ¿qué pretende el presidente Mas? A la que añadiría otra: ¿hasta cuándo podremos soportarle?

Es cierto que una de las características del nacionalismo sectario es la autocomplacencia, la convicción de que sus fieles pertenecen a una estirpe muy distante de la del hombre común; de que su visión, sagacidad y acierto previsor son inauditos. Su ceguera es tal, que contra esa presunción de nada sirven las evidencias de los batacazos en las urnas; el Gobierno catalán que acaba de nombrarse es resultado del último fracaso electoral.

Por eso, en plena crisis económica, y pese a las necesarias restricciones, en una Cataluña quebrada, Mas se permite ampliar el número de consejeros. Si se le criticaban, por esperpénticas, sus embajadas, ahora dispondrá, además, de un consejero de Asuntos Exteriores, también esperpéntico. ¿Les parece esto normal?

He llegado a suponer que, ante su incapacidad para gestionar, Mas ha decidido seguir la suerte de Catilina e inmolarse por Cataluña. También en Cataluña se trata mejor a los muertos que a los vivos; en esto no pueden ser más españoles.

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