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José T. Raga

Siempre nos quedará el deporte

Algunos opinan que exigir méritos es ofensivo y lesivo para la dignidad del alumno. ¿Por qué semejante engaño?

¡Qué cierto es el refrán de "A la vejez, viruelas"! Jamás habría sospechado que, tras una vida muy concentrada en unos ámbitos y muy ajena a muchos otros, llegado el crepúsculo volvería la mirada atrás, como en Samaniego, interesándome por aquello que nunca lo fue.

Trataré de explicar el porqué de ese cambio de actitud y, para hacerlo, entraré en el ámbito educativo, al que he dedicado todo mi esfuerzo. Analizada hoy la trayectoria, concluyo en una pregunta que formulo con gran tristeza: ¿de qué ha servido? Las preocupaciones y desvelos por cómo hacer mejor la misión encomendada, ¿habrán sido tiempo perdido? ¿Tanto tiempo para nada?

Si me retrotraigo al final de los cuarenta, la decisión de comenzar el proceso educativo formal en un instituto, unos, en un colegio, otros, se presentaba llena de incógnitas, sobre todo las que hacían referencia a la capacidad personal para desarrollar con suficiencia el reto al que nos enfrentábamos.

Aún no nos habían enseñado que la educación y la instrucción eran un derecho de todo ciudadano. De hecho, fue en diciembre de ese año cuando se proclamó, por la Asamblea General de las Naciones Unidas, la conocida Declaración Universal de los Derechos Humanos, que así lo declaraba en su artículo 26.

En el propio artículo se hacía mención a los méritos respectivos, lo que podía dejar inquietos a los candidatos. Tales méritos había que dejarlos patentes ya en el examen de ingreso al Bachillerato, que se hacía en los institutos a los diez u once años del candidato aspirante. Unos entraríamos, otros no, pero a aquella temprana edad ya aprendíamos lo que era eso de los méritos. Demostraciones de méritos exigibles en momentos varios del proceso.

Lo que quedaba claro era que la educación era un derecho, pero el aprobado no. ¿Dónde quedó todo aquello? No tengo noticia de que nadie muriese en el intento, pero sí que los que pretendían seguir el proceso debían esforzarse y conseguir demostrar sus méritos.

La alarma hoy surge del temor del sistema a las pruebas de constatación de méritos. Los ancianos de hoy nunca habríamos imaginado que unas evaluaciones, sexto de Primaria y cuarto de la ESO – alumnos en este último caso de 15 y 16 años–, no tienen efectos académicos ni son conducentes a la obtención de un título; sólo para que los educacionómetras puedan distraerse haciendo diagnósticos.

¿Se ha proclamado ya el derecho a la obtención del título sin comprobación del mérito? Algunos opinan que exigir méritos es ofensivo y lesivo para la dignidad del alumno. ¿Por qué semejante engaño?

¿Se imaginan que en Roland Garros no se proclamara vencedor al de mejor juego? ¿No es el primero que atraviesa la meta el vencedor del maratón?

¡Bendito deporte! Hoy es el único que proclama que el mejor es el primero, y que sólo aspirar a ser el primero es lo que mejora las plantillas de deportistas.

¡Pobre educación!

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