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José T. Raga

Un déficit con desparpajo

Seis meses continuados de déficit en las arcas públicas han impulsado a los visionarios del Gobierno, no a lamentarse de la situación, sino a anunciar con el máximo desparpajo posible que el año terminará con un déficit público del tres por ciento.

Decían los clásicos del pensamiento económico –aquéllos que reconocían la libertad del individuo como el más preciado don inserto en la propia naturaleza humana– que el equilibrio presupuestario es signo de buena administración, de lo que puede deducirse que tanto el superávit como el déficit son muestras de una administración deficiente. En el primer caso, porque se han detraído recursos de los contribuyentes por encima de las necesidades de financiación de las funciones públicas, en detrimento de la atención a las necesidades privadas. En el segundo caso, el déficit, porque el sector público ha gastado en exceso, obligando a endeudarse en unas cuantías a las que tendrán que hacer frente las generaciones futuras, que verán disminuidas coactivamente sus capacidades económicas.

Es bien cierto que el superávit será aceptable, incluso responsablemente deseable, cuando con él se pretenda generar un ahorro público para hacer frente a necesidades futuras, ciertamente previsibles. Situación más que evidente en el caso español, cuando hablamos del desequilibrio entre los derechos adquiridos –como las pensiones de jubilación presentes o futuras por parte de los individuos– y las capacidades financieras de la Seguridad Social para atenderlos con suficiencia. Un sistema construido sobre la base de que las cotizaciones satisfechas hoy por los trabajadores activos para asegurar su pensión futura, se emplean para pagar las obligaciones con los jubilados presentes, y no para generar un fondo que en el futuro permita dar cobertura a las obligaciones contraídas. Estamos ante el problema de lo que algunos llamamos el talón de Aquiles del sistema de reparto.

Ante el déficit, sin embargo, no caben actitudes indulgentes; menos aún cuando éste es sobrevenido –ya que, en este caso, ni siquiera ha contado con el debate y aprobación del Parlamento– y peor aún si, como es el caso, cuando se aprobaron los presupuestos se advirtió por muy diversas instancias, incluso por miembros del propio Gobierno, que aquéllos se basaban en hipótesis irreales que ya se mostraban erróneas en el momento en el que se producía el debate presupuestario. Ni se consideraban posibles las tasas de crecimiento del PIB, ni era cierta la inflación, ni el déficit real del sector exterior podía avalar la previsión presupuestaria, ni la actividad económica podía siquiera acercarse a lo presupuestado; la crisis estaba ya instalándose en la economía –aunque se hicieran todos los esfuerzos de propios y extraños para ignorarla– y la esperanza de un marzo 2008 milagroso, sólo podía convencer a aquellos que hoy están dispuestos a convencerse de que el milagro se producirá en marzo de 2009.

Pero, ¿qué tendrá marzo que tanto encandila al señor presidente del Gobierno y a quienes siguen sus pronósticos? ¿Quizá la fatal cercanía a unas elecciones? Vaya usted a saber... Aunque, tras el último Consejo de Ministros de 2008, ese plazo se ha prorrogado hasta mediados del año próximo.

Lo cierto es que, pese a los peores presagios sobre las cuentas para 2008, ya explícitos tras su presentación en 2007, el señor presidente siguió con sus dádivas, con sus promesas, reconociendo derechos económicos que nunca lo fueron, incrementando las estructuras de la administración pública con órganos estériles, en un camino de fantasía que, pronto o tarde, desembocaría violentamente en la más dura realidad económica. Una realidad que no admite engaños ni acepta ya interpretaciones de bonanza, cuando, la crisis ignorada atenaza con crueldad a buena parte de la población.

Seis meses continuados de déficit en las arcas públicas han impulsado a los visionarios del Gobierno, no a lamentarse de la situación, no a disculparse por tanto despropósito y tanto despilfarro, sino a anunciar con el máximo desparpajo posible que el año en el que acabamos de celebrar la Navidad terminará con un déficit público del tres por ciento, como si de un mérito se tratase. Y, lo que aún es peor, porque el desparpajo es propio de gente despachá –como creo que se les reconoce en la querida Andalucía– pero el insulto no tiene espacio entre gente bien nacida. Decir, como se ha dicho, que el tres por ciento de déficit público es lo que estaba previsto, no es otra cosa que un insulto al recuerdo y al buen hacer de los españoles de bien.

¿Se acuerdan cuando el señor presidente avalaba sus dádivas aludiendo a que para eso tenemos muchos recursos ahorrados, a los que se añadirán los procedentes del superávit del año en curso? ¿Dónde están ahora las medidas sociales? Por cierto, en contra de lo que opina Zapatero, no es una concesión social del Gobierno que al parado, que ha cotizado para cubrir el riesgo del desempleo según lo establecido en las normas, se le pague la prestación asegurada; esto es, simplemente, atender a un derecho del trabajador parado que deviene de una relación jurídica de aseguramiento, entre el asegurador (Sistema de la Seguridad Social) y el asegurado (empleado).

Pues, aunque ustedes no se hubieran enterado, a decir del secretario de Estado de Hacienda y Presupuestos, estaba previsto para el año 2008 un déficit del sector público del tres por ciento. ¿Y si fuera más? No se preocupen. La morosidad en el cumplimiento de las obligaciones públicas es siempre una alternativa que se otorga el Estado mientras que se le niega al sector privado. Una alternativa de un sector público moroso –aunque esto avergüence a los españoles– que no necesita esperar al déficit superior al tres por ciento, pues ya se está dando en no pocas administraciones, originando cierres empresariales y paro por carencia de recursos en las empresas que tendrían que cobrar de la administración y no lo hicieron.

A estas alturas, sólo me resta aconsejarles que se dispongan a aceptar como previsto el déficit que resulte en el año 2009, cualquiera que sea el nivel de éste; porque la historia se repite y lo del último trimestre de 2008 es una copia de lo que ocurrió en igual período de 2007: un presupuesto que nadie se cree, de espaldas a la realidad económica y encauzado esta vez a unas elecciones europeas y a las de alguna Comunidad Autónoma.

En diciembre de 2009 nos veremos y confirmaremos con el visionario de turno que todo estaba previsto.

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