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José Vilas Nogueira

Balance de un presidente más bueno que el pan

Fuimos nosotros los que le hemos fallado al inmarcesible Gran Líder. Nosotros somos los verdaderos responsables de sus errores de previsión.

Agotada la legislatura, el glorioso caudillo Zapatero ha hecho balance de su IV Año Triunfal. Trescientos sesenta y cinco días de éxitos, que henchirían las aspiraciones de cualquier mortal, pero no las de nuestro excelso presidente del Gobierno. En efecto, devorado por el ansia totalitaria de gobernarlo todo e imbuido de la magnitud del significado histórico de su figura, el Gran Líder no se conforma con el éxito casi completo. Exige, con exigencia apasionada, el éxito total. Y espejo de gobernantes hace severa autocrítica de los dos fallos que han empañado tan irrefrenable carrera de éxitos. Se equivocó, admite modestamente, al pronosticar que el proceso de paz con los terroristas etarras habría aliviado el problema; se equivocó, también, al pronosticar que las obras del AVE a Barcelona habrían concluido felizmente a esta altura del tiempo.

Salvemos, pues, al valiente soldado Zapatero. No de la oposición ni de la ciudadanía, que para eso se bastan y sobran los anestesistas del régimen (con el palo o con el opio, según convenga a la situación): los medios de comunicación, la publicidad institucional, y la legión de artistas y escritores asalariados y propagandistas varios. No. Salvemos al soldado Zapatero de sí mismo, de su exceso de modestia. Pues, ¿en qué ha fallado Zapatero? ¿En las políticas? No; sus políticas eran justas, y persuadido estoy de que insistirá en ellas si la grey electora le confirma en el cargo. No; su único fallo ha sido de previsión. Movido por su ardiente deseo y su convicción dialogante anticipó más de lo debido la consecución de sus nobles anhelos. Fuimos nosotros los que le hemos fallado al inmarcesible Gran Líder. Nosotros somos los verdaderos responsables de sus errores de previsión. Con todo, gracias a la persistencia y tenacidad del Glorioso Caudillo, no hay duda de que sus objetivos acabarán encontrando cumplida realización.

En resumen, persistencia en las políticas (si se pueden calificar así estos despropósitos), y rectificación de la previsión temporal de su culminación. Y eso porque los periodistas le preguntaron por su negociación con ETA. Si no, ni palabra hubiese dicho al respecto. Al presidente del Gobierno español le importa tanto la unidad del Estado (ya no digamos de la nación), le conmueven tanto las víctimas del terrorismo, algunas tan recientes, que ni una palabra reservó en su intervención a estas cuestiones. Si no le hubiesen preguntado, silencio total, desprecio absoluto. Es el colmo del cinismo. Dicho llanamente, el sujeto éste es más falso que un duro sevillano y tiene un morro que se lo pisa. Más sofisticadamente podría decirse que es un déspota banal. Este calificativo podría evocar aquello de la banalidad del mal, pero es evidente que el caso del presidente del Gobierno tiene poco que ver con la problemática abordada por Hannah Arendt sino más bien, en consonancia con sus mañas populistas a la moda latinoamericana, con la de un corrido mejicano. De hecho, Zapatero es una buena persona. Sólo le acontece lo que al personaje de este famoso corrido: bien es verdad que la permanencia en el poder es su único objetivo, que es oportunista y acomodaticio, que carece de principios y de palabra, que prefiere aliarse con terroristas que con gente decente, que es débil con los fuertes y abusador con los débiles..., pero por lo demás es un sujeto más bueno que el pan.

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