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José Vilas Nogueira

El gran atasco

Los discursos de Zapatero son intercambiables, porque son un solo discurso, permanente repetición, atasco permanente

Cuando hizo balance de su primer año triunfal, Zapatero sólo reconoció una laguna en su gestión: el monumental atasco que se produjo hace unos meses como consecuencia de las nevadas. No sé si pasado un año reconocerá otra laguna: el monumental atasco que se produjo estos días pasados, como consecuencia del calor que ha acompañado el puente del primero de mayo. En aquella pasada sazón, Mingote, cuyos geniales dibujos ilustran con frecuencia análisis políticos enjundiosos, hacía decir a uno de sus monigotes “nos ha sorprendido la ola de frío de cada invierno, como próximamente nos sorprenderá la ola de calor de cada verano”. Y así se ha cumplido. Nos sorprende el natural discurrir de las cosas y, de sorpresa en sorpresa, salimos de un atasco para meternos en otro.
 
Es probable que este atasco primaveral fuese de imposible solución y que cualquier otro Gobierno no lo hubiese gestionado mucho mejor. Pero, aunque no fuese así, daríame yo con un canto en los dientes si todas las torpezas del Gobierno se redujesen a ésta, y aun a otras de parecida naturaleza. Con todo, merece comentario, por lo chusco, el diagnóstico y remedio propuestos tanto por el Director General de Tráfico, como por el Secretario de Organización del PSOE. Extrañará el lector que este último se ocupase del problema, pues evidentemente no le competía, pero aprovechando que el atasco pasaba, entre muchos otros lugares, sino por Valladolid, sí al menos por Tordesillas, se sintió obligado a terciar en la cuestión. Uno y otro coincidieron en que el único alivio posible para estos atascos es el escalonamiento de los desplazamientos. Si fuese así, lo que es muy dudoso, ¿por qué no intentaron promover este escalonamiento? Espontáneamente es imposible que se produzca, para vacaciones de tan corto lapso temporal, lo que equivale a recetar un remedio inexistente. Es imposible que los conductores se concierten para escalonar los desplazamientos. Si de verdad creían que tal era el remedio, por qué no intentaron aplicarlo facilitando pautas orientativas; por ejemplo proponiendo que el orden de las salidas se combinase de algún modo con la última cifra de las matrículas de los vehículos, u otra estrategia análoga. El Gobierno lo habría intentado y si sus recomendaciones no hubiesen sido seguidas, podría desplazar la responsabilidad a la ausencia de ánimo cooperativo de los conductores.
 
Pero estos atascos circulatorios son pecata minuta en un país patas arriba, con un Gobierno convertido en agencia de publicidad y administración de perrerías. A otros efectos, se ha distinguido entre la pequeña y la gran política. Respecto de la primera, la actuación del Gobierno ha sido una colección de despropósitos y mezquinas maldades. Respecto de la segunda, ausencia e irresponsabilidad han sido sus características. Ausencia de política y de responsabilidad, ese sí que es el gran y permanente atasco. Gran atasco que nos envuelve y sumerge a todos, incluida la trivial consecuencia de confinar el comentario político a la perpetua repetición.
 
Durante algún tiempo, Umbral asoció a Zapatero al gótico tardío leonés. Ya no lo hace, la imagen se gastó como moneda usada y el escritor ha acudido a otras asociaciones expresivas. Pero, en cambio, no hay usura que altere el discurso de Zapatero. Los discursos del Presidente del Gobierno son siempre un solo y el mismo discurso. La última repetición ha sido en León, donde lo nombraron hijo predilecto. Su conocido discurso vale igual para un nombramiento de hijo predilecto, de hijo adoptivo o de otra especie de hijo, vale igual para cuando habla como Presidente del Gobierno que como líder de partido, vale igual en España o en el extranjero. Los discursos de Zapatero son intercambiables, porque son un solo discurso, permanente repetición, atasco permanente. El mismo enunciado, escasamente brillante por otra parte, de una sarta de lugares comunes, expresivos de sus deseos de paz, de diálogo, de concordia, en resumidas cuentas, de “talante”. Discurso siempre indeterminado, siempre ausente de concreción política, siempre ajeno a la presente realidad. Estaría bien, y aun sería meritorio, como homenaje familiar, una vez, un par de ellas a lo sumo, para ilustrar la foto de un abuelo, militar y masón, al que fusilaron los “nacionales”. Pero gobernar España exige algo más que ilustrar la foto del abuelo, y alguna mayor generosidad que el confinamiento espiritual en el revanchismo de familia.
 
La irresponsabilidad, la carencia de gran política, la ruindad de la pequeña política, éste es el gran atasco y no los circulatorios. El desatascador que lo desatascase buen desatascador sería. Y no contribuye precisamente a la esperanza la soberbia de tontiloco que se filtra por los intersticios del discurso zapateril, autoproclamándose sumo definidor del bien y del mal.

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