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José Vilas Nogueira

El suicidio preventivo y otras progradas

Son más buenos que el pan. Tanto, que sus fechorías no deben provocar otra respuesta que la verificación de su buena voluntad. Nueva fechoría, nueva verificación, nueva fechoría, nueva verificación... La versión zapatética del cuento de la buena pipa.

Se celebró el día contra la llamada "violencia de género"; en cristiano, la "violencia contra las mujeres". En Valencia, que es la tierra de las flores, etc., algunas de sus mujeres no sólo tienen de las rosas el color, sino también alguna pancarta, expresiva de tan luminosas ideas como la luz que la canción atribuye justamente a la ciudad. "Suicídate antes de matarla", recomendaba piadosa e inteligentemente un cartelón a los maltratadores. Sabia doctrina, susceptible de generalización a todo tipo de delitos y delincuentes. Sólo un problema encuentro a tan conspicua receta: y ¿si el criminal no se propone matar a la mujer sino sólo descalabrarla? ¿Qué ha de hacer, entones?

Como no se ha inventado todavía el suicidio parcial, podría el maltratador partirse un brazo o una pierna, o quitarse un ojo, etc. Algo así como la ley del talión, muy propicia, además, al zapatético objetivo de la alianza de civilizaciones, pero con la ventaja de que sería una ley del talión anticipada. Como la ofensa no se habría materializado todavía, el criminal habría de anticipar exactamente el daño que infligiría para poder castigarse justamente, ni más, ni menos. Y, no siendo probable que hubiese leído El mercader de Venecia de Shakespeare, acabaría ingresando en la cofradía de Zerolo.

Las administraciones competentes podrían emplear los pingües ahorros de policías, justicias y presidios, que estas luminosas políticas proporcionarían, en utilidades más provechosas, por ejemplo, en la lucha contra el terrorismo. En este caso la recomendación del suicidio preventivo no parece la mejor solución. Los terroristas etarras no se suicidan, ni siquiera cuando se declaran en huelga de hambre. En cambio, los terroristas islamistas, que se suicidan con cierta frecuencia y facilidad, tienen tal horror a la soledad y tal devoción por la alianza de civilizaciones que procuran llevarse con ellos a cuántos cristianos pueden. "Suicidarlos" a posteriori, como hemos hecho por aquí, tampoco sirve para nada.

El Gobierno socialnacionalista, movido por su inmenso anhelo pacificador ha decretado que los terroristas etarras se han convertido en hombres (y mujeres, que dirían Ibarreche, Llamazares y compañía) de paz. En realidad, estos aberchales ya eran gente de paz antes del decreto socialnacionalista. Sólo que de la especie del charro del famoso corrido mejicano. Bien es verdad que de vez en cuando roban, tiran cócteles molotov y no matan aunque ya lo hicieran en su día, pero por lo demás son más buenos que el pan. Tanto, que sus fechorías no deben provocar otra respuesta que la verificación de su buena voluntad. Nueva fechoría, nueva verificación, nueva fechoría, nueva verificación... La versión zapatética del cuento de la buena pipa.

Pacificados nuestros terroristas, ¿restará el Gobierno cruzado de brazos, regodeándose en su triunfo? No ha de ser tal. Nuestros campeones pacifistas, inasequibles al desaliento y expertos en conjugar civilizaciones, probarán una vez más la sabiduría mahometana: que la montaña no viene a nosotros, iremos nosotros a la montaña. Parece ser que el Ministro del Interior ha decidido crear su propia red de espías en las embajadas españolas. Esta red será independiente del CNI y del Ministerio de Asuntos Exteriores. Se nutrirá de personal del Cuerpo Superior de Policía y de la Guardia Civil y apunta, primariamente a los países donde el islamismo radical está muy presente y, en segundo lugar, a aquellos en los que hay poderosas mafias dedicadas a la inmigración ilegal a nuestro país.

No soy experto en el tema, y a lo mejor la idea es buena. Siempre que no se limiten a verificar la buena voluntad de los terroristas y de los mafiosos. Porque de eso estoy tan seguro como Zapatero. Faltaría más.

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