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José Vilas Nogueira

El triste panorama del periodismo

A la vista del tenor de los debates en España, los ciudadanos se sienten invitados de piedra. Apenas hay, ni siquiera para disimular, una referencia a Europa.

Los españoles tenemos la funesta manía de pensar que todas las desgracias que nos afligen son exclusivas de España. Los de condición optimista ven esta situación como indicativo de nuestra peculiaridad histórica, lo que equivale a decir de nuestra superioridad respecto a la Europa heredera de la Ilustración liberal. Paradójicamente, los pesimistas llegan a parecida conclusión: despertaríamos la envidia de todas las otras grandes naciones europeas, concitadas todas ellas en el odio a nuestro pasado imperial. Sin embargo, las cosas no fueron siempre así. Hablo, por ejemplo, del periodismo. Pero como nunca me dediqué profesionalmente a él, salvo un fallido intento a finales de los sesenta, alguien podrá preguntarse por la legitimidad de mi indagación. Como no tengo otra me ampararé en un artículo de Arturo Pérez Reverte, Cuando éramos honrados mercenarios, publicado en El Semanal (31-05-09), que acoge sus colaboraciones. Como no se trata de glosar este artículo, que por sí sólo se basta y sobra, me limitaré a reproducir el destaque de la redacción "Antes (a comienzos de los setenta) a los periodistas les compraban el trabajo, no el alma. Hoy, les exigen adhesión entusiasta a la empresa y a sus compadres".

Además de otras circunstancias, de interés meramente privado, me asalta este tema ante la inminencia de las próximas elecciones europeas (7 de junio). Sólo la enajenación de su alma puede explicar que los periodistas hagan suyo el discurso de los grandes partidos, presentando como elecciones a Europa lo que, en rigor, es un debate entre el PSOE, que quiere seguir en el Gobierno, y el PP, que quiere sustituirlo. Apenas hay periodistas especializados que señalen la corrupción que afecta a estas elecciones, más ocupados en ayudar a su señor, que en poner ni quitar Rey; es decir más ocupados en mantener la superchería, si favorece al partido que su empresa favorece, que en el trabajo de formación de la opinión ciudadana. Resulta obvio que, en tales condiciones, la libertad de prensa poco tiene que ver con la privilegiada función que le atribuyeron los clásicos del liberalismo y de la democracia.

No sé, con precisión, cuál será la situación en las grandes naciones europeas. Pero, a la vista del tenor de los debates en España, los ciudadanos se sienten invitados de piedra. Apenas hay, ni siquiera para disimular, una referencia a Europa. Es más, los grandes partidos utilizan instrumentalmente a sus teóricos cabezas de lista, oscurecidos permanentemente, por sus grandes líderes respectivos. Comprendo que sería muy difícil hacer efectivo un sufragio universal europeo, dada la elefantiasis que sufre la Unión Europea. Pero, por difícil que sea, sería la mejor solución. No es un tributo tópico a la "democratización" de la Eurocámara. Con ella se conseguiría, además, que el Parlamento Europeo deje de ser el refugio dorado de los políticos nacionales, relegados por sus partidos o en "expectativa de destino". Si así no se hace, el carácter oligárquico de las instituciones europeas acabará devorándolas.

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