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José Vilas Nogueira

La paradoja del perdedor premiado

Pues bien, con estos resultados, el partido electoralmente peor parado, pasaría de la oposición al Gobierno. Paradójicamente, el gran perdedor de las elecciones resultaría premiado

A reserva de la influencia que pueda tener el voto de la emigración, el voto de los residentes ausentes en la terminología oficial, cuyo cómputo tendrá lugar el día 27, la atribución de escaños derivada de las elecciones autonómicas gallegas da 37 para el Partido Popular, 25 para el PSOE y 13 para el BNG. Si esta previsión se mantiene se formará un Gobierno de coalición, PSOE-BNG. Ciertamente, no hay ni barruntos de un programa conjunto ni otra directriz común a estos dos partidos que la expresada en la común consigna de hai que botalos (hay que echarlos, a los del PP, claro es). Incluso los partidarios de cualquiera de estos dos partidos, si conservan un mínimo de decencia, habrán de reconocer que no es un gran bagaje. Lamentablemente, no es esto lo peor. Los precedentes de la actuación del Gobierno de la nación, bajo la presidencia de Zapatero, del Gobierno Maragall-Carod en la Comunidad Autónoma de Cataluña, de la situación política en la Comunidad vasca, etc., alientan negros presagios para la paz civil, las libertades públicas y la unidad nacional, a los que la eventualidad de un Gobierno PSOE-BNG en la Comunidad gallega añadirá algo más de perversidad, pero tampoco mucho.
 
Pero no es sobre estos extremos sobre los que quiero discurrir, pues ya otros escritores los han tratado abundantemente. Lo que pretendo, a partir del caso gallego, es mostrar los indeseables y a veces aleatorios efectos sobre la formación del Gobierno que produce el monstruoso sistema político-electoral español, un sistema que como el monstruo de Frankenstein es resultado de la mal hilvanada unión de pedazos disjuntos y heterogéneos. Y un sistema, que es de temer, nos acompañará mucho tiempo todavía, si no revienta antes en mil pedazos.
 
Veamos. De los tres partidos en contienda, el BNG es el que ha obtenido peor resultado. Ha pasado de tener 17 escaños a contar con sólo 13, una pérdida de casi el 25%. El PP también ha perdido cuatro escaños (a reserva del cómputo del voto emigrante), pero como tenía 41, en términos relativos su disminución apenas llega al 10%. El PSOE, en cambio, ha ganado ocho escaños, el cuarenta y mucho por ciento. Tenía 17 y tiene, ahora, 25 (también, a reserva del cómputo del voto emigrante). Pues bien, con estos resultados, el partido electoralmente peor parado, pasaría de la oposición al Gobierno. Paradójicamente, el gran perdedor de las elecciones resultaría premiado. ¿Cómo se explica esto? Antes de proceder con ello, esta circunstancia debe servirnos para alertarnos de la posibilidad de que, por muy diversas causas, los principios inspiradores de las reglas democráticas de formación del Gobierno (por ejemplo, el principio del gobierno de la mayoría o, en los países donde rige, el principio de la representación proporcional) sean enervados en la práctica de los concretos sistemas de gobierno. De aquí la importancia de un buen diseño constitucional.
 
Vayamos ahora al sistema español, ilustrado mayormente por las recientes elecciones gallegas, que no son sino una de sus muchas manifestaciones. En un régimen parlamentario, más si coincide con un sistema electoral de representación proporcional y con un sistema multipartidista, en ausencia de mayoría, es perfectamente normal la existencia de gobiernos de coalición, aun excluyendo a la minoría mayor. A primera vista, se puede pensar que tal sería el caso de un eventual Gobierno PSOE-BNG. No habría, pues, motivos para la sorpresa; menos, para la crítica. Pero sí los hay, porque el sistema parlamentario español está pervertido por una pseudopresidencialización, que suma los inconvenientes de uno y otro sistema, y ninguna de sus virtudes. Las elecciones autonómicas gallegas, como las legislativas generales, no son unas verdaderas elecciones legislativas, sino unas presidenciales camufladas. Todos los partidos presentan un candidato a la Presidencia de la Xunta, o del Gobierno de la nación, y todo el mundo se hace eco de esta realidad política, diciendo que Fraga ganó las elecciones, pero que eventualmente no alcanzará la mayoría absoluta, o que Touriño ha sido “elegido” para presidir la Xunta, etc.
 
Pero, ¿qué es lo típico de las elecciones presidenciales? Al menos, dos cosas relevantes para nuestro propósito. La primera que, por propia definición, una elección presidencial es incompatible con un sistema electoral proporcional. No cabe un Presidente que integre un 45% de PP, un 35% de PSOE y un 20% de BNG. La segunda es que en un régimen presidencial el elegido es siempre el más votado. Puede haber una vuelta; puede haber dos, lo que no puede ser es que el candidato a Presidente que haya quedado segundo, Touriño en este caso, sea el que gobierne.
 
Para terminar, una última consideración sobre la representación proporcional. Este sistema ha gozado de grandes prestigios entre los teóricos más formalistas y menos sensibles a la experiencia. Sus concreciones, sin embargo, son casi siempre muy desafortunadas. Una de las razones de ello es que propicia la fragmentación partidista. Además, las alternativas de coalición para formar Gobierno factibles políticamente son siempre menos que las posibles aritméticamente. De ahí que sea muy frecuente que partidos con escasa representación parlamentaria alcancen un peso coalicional equivalente al de minorías mayores. Estos pequeños partidos, naturalmente tendentes al sectarismo, se prevalen de su indispensabilidad para integrar la coalición mínima vencedora (posible políticamente) arrastrando al Gobierno al extremismo y la irresponsabilidad. Aunque el PSOE de Galicia quisiese hacer una política moderada y sensata (lo que tampoco parece ser el caso), el BNG no lo dejaría. Pues, a estos efectos, 25 es igual a 13. La política española de este último año y pico es una excelente demostración de esta calamidad.

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