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José Vilas Nogueira

Una luz de esperanza

El marxismo es en realidad una religión, aunque se presente disfrazado de filosofía, sociología y política. Por eso, el culto a las palabras e imágenes de sus dirigentes sólo encuentra parangón en algunas religiones.

Mohínos y piadosos andan nuestros prisoecialistas; de morado penitencial se han vestido nuestros verdi-rojos comunistas. El demonio capitalista no da tregua a su sensible corazón: guerra y matanzas sin cuento, hambre y explotación por todas partes. Menos mal que les queda Cuba, reducto revolucionario, paraíso del proletariado. Pero, con riesgo del gran prostíbulo y de la gigantesca cárcel, el heroico comandante Fidel (tanto uniforme para tan pocas batallas) ha enfermado. Los buitres burgueses se han apresurado a enterrarlo, a él y a su revolución. Pero, "¡gracias a Marx, no lo conseguirán!". El comandante está vivo y en tal plenitud de sus facultades mentales que hasta él mismo redacta sus partes médicos. El poder revolucionario está asegurado en las manos de su hermano, el comandante Raúl, auxiliado por multitud de comandantes, capitanes y tenientes, hermanos, sobrinos, primos y toda la parentela revolucionaria.

Hablando en serio, si los innumerables crímenes que ha alentado y producido no le prestasen cariz dramático, el conjunto de supercherías características del marxismo resultaría muy divertido. Su éxito es ilustrativo de la inmensa capacidad de estupidez de la especie humana. Según esta singular doctrina, la historia es producto de la lucha de clases o, en formulaciones menos estrictas, de impulsos de masas, definidas con otros criterios. Los movimientos de estos gigantescos actores sociales responderían a determinaciones de física social (de aquí el carácter "científico" del socialismo marxista), en la formulación estricta, originadas en el nivel de desarrollo de las fuerzas de producción: y en formulaciones más laxas en cualquier cosa, pero siempre impersonal e irresistible. El individuo sería una piuma al vento arrastrado por colosales colectivos, por decirlo aderezando la donna del Rigoletto de Verdi con ropaje unisex.

Siendo así la cosa, poco debía importar la individualidad de los dirigentes políticos. Pues bien, la historia del comunismo revela todo lo contrario. Los dirigentes comunistas fueron y son tratados como divinidades terrenales. El marxismo es en realidad una religión, aunque se presente disfrazado de filosofía, sociología y política. Por eso, el culto a las palabras e imágenes de sus dirigentes sólo encuentra parangón en algunas religiones. Recuérdense las gigantescas imágenes de la trinidad comunista, Marx-Engels-Lenin, que hace años presidían el paisaje urbano en las naciones sometidas a esta cruel tiranía. Recuérdese el papel de guardián de la ortodoxia desempeñado por el Instituto Marxista Leninista de Moscú. Recuérdense el culto a Stalin, el culto a Mao, el culto al "gran líder" norcoreano Kim il Sung y a su hijo, el "querido dirigente", Kim Jong Il, ahora gran líder merced a la "burguesa" institución de la herencia, etc.

No mejor que ellos es el querido comandante Fidel, ni menos "burguesa" su sucesión por su hermano Raúl. ¿Sobrevivirá el despotismo comunista cubano a la muerte del dictador? No parece probable, pero tampoco hay que excluir que el futuro de Cuba, lamentablemente, se asemeje más al de Corea del Norte que al de Rusia o China. Lo que sí es seguro es que cuando se produzca el cambio, por años que dure la tiranía, nada quedará del "hombre nuevo" en cuya construcción simulan ocuparse los sacerdotes del crimen. Sólo decenios de infamia, que los "recuperadores de la memoria" blanquearán con aplicación de narcotraficantes. La enfermedad de Fidel enciende una luz de esperanza.

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