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Juan Carlos Girauta

Alcácer

Aconsejo a las morbosas estrellitas de la tele que no jueguen con fuego, pero allá ellas.

Aconsejo a las morbosas estrellitas de la tele que no jueguen con fuego, pero allá ellas.

Las reporteras esperan al criminal recién excarcelado. Lo graban y deciden acompañarle; parece que les aflige su desorientación, el pobre no sabe adónde ir, oh. Sin duda tienen vocación de mercedarias, la orden de los cautivos. Ofrecen al criminal que participe en el programa de su productora. Claro, claro, debe de ser algo casual, una improvisación, una tontería que se les ha ocurrido por pura deformación profesional en mitad de la charla con el secuestrador, violador, torturador y asesino. ¿De qué habla uno con Ricart?

No estarán pensando que el objetivo de las reporteras, bajo el manto de su obra caritativa para con el repentino liberado, sea su exhibición televisiva, incluyendo el solaz de la tertulia, la revisión de los monstruosos hechos, el ahondamiento en la herida de familiares, amigos y compañeros de las víctimas y el escándalo de la audiencia. Pronunciado Estrasburgo, diligente como nunca la Justicia, y aun borrada la condición de secuestrador, violador, torturador y asesino de Ricart por efecto de la doctrina Calparsoro, ¿por qué no van a echarle una mano, acompañarle en su viaje en tren, procurarle una foto de su hija al padre tanto tiempo ausente? Venceré la arcada para escribirlo: empatizan con él.

Pero, por compasivas que sean las reporteras mercedarias, y por mucho afán ¡estrictamente! informativo que esgriman los responsables de su productora, no me resisto a recordarles una cosita a las cabezas visibles de los dos programas a los que apunta la prensa como posibles anfitriones del monstruo. La muerte inconcebible de Míriam, Toñi y Desirée –naranjos, autoestop, adolescencia, infierno– no termina nunca. Tal fue el dolor infligido que una fuerza secreta arrolla, pierde y despeña a quienquiera que ose trivializarlo. Recuerdo a varios periodistas que ocupaban la primera línea a principios de los años noventa y hoy son despojos de la sombra de un recuerdo grotesco. Sería un error olvidarlo. Les aconsejo a las morbosas estrellitas de la tele que no jueguen con fuego, pero allá ellas.

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