Artur Mas, que es hombre sensato, debería recapacitar acerca de lo oportuno de su apoyo explícito, inmediato e incondicional a la nueva arremetida de Ibarretxe. Entiendo que su partido se sienta descolocado, que venga contemplando con consternación cómo el espíritu del tripartito, con toda su parafernalia desconstructora, parece haber deglutido el espacio político que ocupó Pujol durante un cuarto de siglo. Y que quiera recuperar ese espacio. Sin embargo, Mas dispone de otro arsenal argumental. Podría dedicar sus esfuerzos a explicar que el tripartito está pecando de una inexplicable esterilidad legislativa combinada con la más desatada acción propagandística. Podría marcar las diferencias y buscar su lugar bajo el sol usando por una vez un parámetro distinto al del nacionalismo, punto en el que no se comprende que siga sintiendo la necesidad de demostrar nada; podría destacar, por ejemplo, su contribución a la estabilidad de España.
Podría argumentar a su favor que la larga era de Pujol construyó la autonomía catalana y, sobre todo, que su coalición siempre contribuyó a la gobernabilidad. Con UCD, con el PSOE y con el PP. Estoy refiriéndome, repito, a lo que Mas podría colocar en su plato de la balanza antes de lanzarse a irreflexivos posicionamientos que rompen con la tradición de compromiso con la estabilidad. No podemos pedirle que, además, incorpore a su discurso las críticas que aquí se han planteado al nacionalismo “moderado”. Ni falta que hace.