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Juan Carlos Girauta

Celebración

El buen alcalde Clos, anestesista de profesión y organizador de abstrusos eventos por vocación, conjurará la desgracia abriendo generoso las puertas del Palacete Albéniz, no a los afectados, sino a los funcionarios municipales

Más de mil barceloneses pernoctan desperdigados en hoteles desde hace tres meses porque un fallido túnel de maniobras que nunca debió perforar el Carmelo provocó la ruina de sus casas. El buen alcalde Clos, anestesista de profesión y organizador de abstrusos eventos por vocación, conjurará la desgracia abriendo generoso las puertas del Palacete Albéniz, no a los afectados, sino a los funcionarios municipales que con raro tino, humanidad y eficiencia, han gestionando la crisis. La fiesta la pagaré yo.
 
En ese mismo edificio neoclásico, sito en Montjuic, que tantas veces ha alojado al Rey de España, se celebró hace muchísimo tiempo (tanto que se pierde en la oscuridad del olvido: cuatro meses) el último Consejo de Administración de un formidable acontecimiento que cambió el mundo y que recibió el nombre de Fórum Universal de las Culturas. Allí destacó Clos “la fortaleza de la candidatura coreana” de cara a la organización de la tercera edición (2011) de la cosa. Allí se vanaglorió de un cierre financiero sin déficit que algún día se estudiará en las mejores escuelas de negocios. Allí le cupo el honor de pasar la última página a un abrazo de civilizaciones que, a diferencia de los coreanos, los barceloneses –puntillosos y aguafiestas, pero dóciles– decidimos borrar de nuestra memoria sin haberlo comprendido.
 
Qué mejor marco para que el tripartito y sus subordinados celebren la feliz circunstancia de existir, de ser. A fin de reforzar su alborozo ontológico, propongo que se amenice el festejo (entre cascotes de atrezzo, grutas subterráneas de cartón piedra cedidas por el Parque de Atracciones para la ocasión y un sistema sensorround al modo del que se estrenó en los setenta en la película Terremoto) con una representación teatral, catártica y metapolítica, donde unos actores subvencionados representen los hechos carmelitas. Será como aquel Hamlet espectador de Hamlet que atormentó a Borges y atribuló a Harold Bloom.
 
En la obra, un error humano indefinido provocará primero las grietas amenazantes y luego el derrumbe. Se suscitarán hondas cuestiones morales porque nadie tendrá la culpa de los males que el hombre sufre, y se apuntará una teodicea de lo público. Una multitud de figurantes, en el papel de vecinos, correrá y se agitará desesperada hasta que los héroes lleguen en su auxilio, los instalen en hoteles y les hablen de lo inevitable, sosegándolos. Al final, los funcionarios desfilarán bajo confetis, entre aplausos y voces de gratitud. Sonará la canción olímpica Barcelona, interpretada por el malogrado Mercury y la Caballé.

Tras la catarsis, las copas, las bromas. Qué hay de lo mío, no me llames, ya te llamaré yo, etcétera. El problema es que al salir a la noche de Montjuic pueden estar esperando a su benefactor los vecinos de verdad. Prosaicos.

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