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Juan Carlos Girauta

Da pena

Si los que te trataron de apestado te alegran los oídos es porque comprenden que ya no constituyes peligro alguno para su hegemonía política y cultural.

Ya tienen el aplauso que más ansiaban, el de sus enemigos mortales. En su cálculo, esto no implica perder el de la España representada en aquella gran concentración madrileña del mar de banderas; significa sumarlos. Su lógica les indica que el resultado natural de su stil nuevo (más amaro que dolce) debería ser una general y cerrada ovación, una entrega incondicional, una admiración entusiasta de toda la opinión: la de la prensa liberal y conservadora, que daban por segura, y la de la progre y nacionalista, que es la que ahora mismo tienen.

Cálculo tan torpe sorprende en personas instruidas. La histórica concentración madrileña no era un acto de adhesión a Rajoy, por mucho que a él, tan modesto, se lo pareciera. Era una reafirmación en valores donde la presencia de María San Gil contaba más que la del presidente del partido convocante.

En cuanto a esperar la entrega acrítica de una prensa que consideran suya, el error es mayor si cabe. Los políticos de cierta calaña conciben la adscripción ideológica como adscripción de partido; no como el resultado de compartir ideario y principios sino como la adhesión del hincha a los colores de una camiseta. No es extraño que Rajoy cerrara el congreso hablando de fútbol. Aciertan posiblemente valorando así a muchos. Pero pensar que tan paupérrima visión va a funcionar con todos los generadores de opinión de la derecha ilustra su concepto de la prensa y de la libertad.

El victorioso balance se lo han guisado y comido como Juan Palomo en una muestra de autismo corporativo sin precedentes. Hacer triunfalismos por ganar un congreso amañado al que sólo se presenta un candidato es de juzgado de guardia o de nosocomio. Y si el triunfalismo lo refuerzan El País y La Vanguardia, y encima te lo crees, entonces la cosa empieza a dar un poco de pena. Pena de tanta debilidad: pueden soportar ser oposición durante décadas... siempre y cuando haya cargos remunerados y los dueños del imaginario no los odien.

Si los que te trataron de apestado te alegran los oídos es porque comprenden que ya no constituyes peligro alguno para su hegemonía política y cultural. Parece fácil de entender, pero no lo es tanto si tu carácter no soporta la hostilidad continuada del sistema, si tu estatura moral te permite traicionar a quienes se han jugado mucho más que tú, si eres capaz de situar en el pasado a quien todo le debes cuando te pone un espejo delante.

En España

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