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Juan Carlos Girauta

Despotismo europeo

Al margen del extraordinario caso francés, lo que va a provocar el efecto dominó es la contumacia en la mentira de las elites europeas. Es más que un déficit democrático, es un auténtico desprecio a la verdad y a la inteligencia de los ciudadanos

El siglo y la globalización han sorprendido a la derecha francesa compartiendo visión del mundo con la izquierda y han bendecido a la izquierda británica contagiándole el realismo de la derecha. Esa circunstancia, resultado de un proceso demasiado largo para glosarlo aquí, encuentra sus penúltimas claves en la eficacia abrumadora del thatcherismo y en el imperio de papel de Mitterrand. Luego, ya lo sabemos, Francia entierra la cabeza, se ensimisma, para no ver el mundo que llega, que ya ha llegado, e idolatra la retórica del nuevo proteccionismo obteniendo un extraño triunfo que será su perdición: de repente, el discurso y los intereses de los enatras coinciden con la pancarta y la trasgresión de los fans de Manu Chao. Pero el primero de julio, Blair tomará las riendas de la Unión Europea, virará y pondrá en marcha nuevas políticas de desregulación y liberalización. ¿Quién tenía razón acerca de las consecuencias del no, los liberales o los antiliberales?
 
Hay que considerar toda la cadena de equívocos para entender cómo ha podido Francia defender el sí y el no con los mismos increíbles argumentos: urge protegerse de una explosión neoliberal, hacer frente a la hegemonía anglosajona. La extrema derecha y la extrema izquierda, los socialistas del sí y los del no, Chirac, Villepin y el sursum corda. Todos de acuerdo para evitar los ajustes a los que conduce, entre otros factores, la ampliación a veinticinco. Ceremonia de la confusión en un país que goza de uno de los mejores sistemas públicos de educación del mundo –quizá el mejor-, donde la cultura se prefiere al fútbol, donde las librerías agotaron las obras sobre el tratado constitucional en las semanas previas al referéndum.
 
Al margen del extraordinario caso francés, lo que va a provocar el efecto dominó es la contumacia en la mentira de las elites europeas. Es más que un déficit democrático, es un auténtico desprecio a la verdad y a la inteligencia de los ciudadanos. Llevan décadas los europeos mostrándole su desinterés a la elefantiásica burocracia eurócrata a través de altísimos índices de abstención en las sucesivas elecciones a un Parlamento que, para empezar, no era tal. Sin poder legislativo pero con tres sedes, emolumentos siderales y privilegios sin cuento. Supuesto parlamento que en realidad servía de retiro dorado para amigos del poder de difícil encaje, acreedores quemados a quien hay que tratar bien.
 
Lamentan la falta de idealismo de la ciudadanía, su incapacidad para soñar. Sus propuestas, después de los golpes en Francia y en Holanda, y ante el previsible contagio de los siguientes, apuntan a una especie de despotismo ilustrado. Dicen que los grandes avances en Europa se han hecho, desde Schumann, casi de espaldas al pueblo, que luego se ha beneficiado de todas las ventajas de la construcción europea. Opinan que si se siguieran siempre las directrices populares, no existiría el euro. No es despotismo ilustrado sino tentación de despotismo puro y sin adjetivar. Suerte que llega Blair.

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