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Juan Carlos Girauta

Despotismo iletrado

Lo de Tardá y su grito de muerte contra el Rey es significativo. Quien fue la bestia negra de los nacionalistas, José Bono, sale en defensa de la casta. Tardá es, por encima de todo, uno de los suyos. Es un diputado y hay que protegerlo.

Si bien el alcalde de Getafe, ese humanista, redujo generosamente su conocida descripción a la media España que vota a la derecha, empiezo a pensar que su opinión la alberga el grueso de la clase política respecto al pueblo todo. El partido que articula a la derecha no está gestionado, desde luego, por tontos. El problema es más bien lo listos que son. Pero de cómo conceptúan ellos a sus votantes da fe el conocido empeño en transmitir, como mensaje casi exclusivo, la perentoria necesidad de adormecerse, de confiar en "el partido", de no hacer caso de sus medios afines, de orientar sus preferencias políticas en función de un incógnito "sentido común" según el cual la cosa pública y sus mil vericuetos deviene un sencillo "dos y dos son cuatro".

En cuanto a la izquierda, lo que piensa de la derecha es mucho peor que lo reflejado por el calentón de Pedro Castro. El baremo es José Blanco, es Peces-Barba, es Carme Chacón antes de envolverse en la bandera de España. Por fin, el trato a su progrerío es exactamente el que se espera de una peña futbolística: congénita aversión al enemigo favorito, amor a la camiseta, consignas fáciles de reproducir a voz en grito, mucha pasión vana.

Lo de Tardá y su grito de muerte contra el Rey es significativo. Quien fue la bestia negra de los nacionalistas, José Bono, sale en defensa de la casta. Tardá es, por encima de todo, uno de los suyos. Es un diputado y hay que protegerlo. Además no es de derechas, lo que merece algún crédito, ¿no? Su grupo separatista ha resultado clave en los planes hegemónicos del PSOE. Así que el monstruo españolista que preside el Congreso sólo puede arropar a tan agresivo enemigo del sistema.

No habrá delito que no se perdonen. No habrá exceso que no se consientan ni despilfarro que no se absuelvan. Tienen a los españoles, en general, por tontos de los cojones, y ahora sólo queda constatar si aciertan o si, como sería de desear, yerran al tratar a la ciudadanía del que fue el primer Estado moderno del mundo, a la nación más indudable del planeta, a la vieja España, como un cadáver en avanzado estado de putrefacción cuyo único destino es ser objeto de desordenado y obsceno pillaje.

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