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Juan Carlos Girauta

¿Europa, dice usted?

Si el PP obtiene un voto más que el PSOE, Rajoy y los suyos se darán por satisfechos; si pierde por poco, el aviso no hará ninguna mella.

Si el PP obtiene un voto más que el PSOE, Rajoy y los suyos se darán por satisfechos; si pierde por poco, el aviso no hará ninguna mella.

A cuatro meses de las elecciones al Parlamento Europeo, estos son los trazos del marco analítico español, que no tiene visos de enriquecerse: la medida en que el PP va a ser castigado por razones internas; la capacidad del PSOE para recuperar protagonismo a partir de polémicas internas; la fuerza de arrastre de las formaciones nacionalistas gracias al llamado proceso catalán, asunto estrictamente interno, como han dejado claro las autoridades europeas; la capitalización neocomunista de descontentos sociales internos; el valor de test de los comicios para los partidos emergentes.

Si el PP obtiene un voto más que el PSOE, Rajoy y los suyos se darán por satisfechos; si pierde por poco, el aviso no hará ninguna mella. Se dirán que ya se sabe, que las europeas son un desahogo, que se aprovechan para castigar vía abstención o votando a un adversario simpático, pero que no son extrapolables a unas elecciones generales para las que faltará un año y medio. Ganar, empatar o perder por poco complacerá asimismo al PSOE, cuyo cuestionado líder siempre podrá inscribir el resultado en la normalidad. Si caer hasta los 110 diputados en el Congreso (desde 169) no arrugó a Rubalcaba, mucho menos se alterará por unas europeas cuya importancia sigue España –sus políticos, sus votantes, sus creadores de opinión– sin admitir.

Los neocomunistas dan por hecho que crecerán, y hacen bien. Lo mismo vale para UPyD. En cuanto a los periféricos, aún no sabemos cómo concurrirán; ¿volverán a presentarse unidos nacionalistas vascos, catalanes y gallegos (reproduciendo, a su pesar, una España incompleta)? De momento sólo consta que ERC ha rechazado el canto de sirena convergente, un intento de Artur Mas de disimular el hecho incontrovertible de que su proyecto separatista corre paralelo a la trituración de su partido. Sospecho que los nacionalistas no van a conferir a las próximas elecciones europeas ningún carácter plebiscitario. En cuanto a Ciudadanos y Vox, alzarse con un escaño en el Parlamento Europeo sería un éxito por la novedad y, en todo caso, concurriendo obtendrán un conocimiento más profundo de la distribución geográfica de sus más firmes apoyos, algo útil a la hora de administrar –si llegara el momento– sus esfuerzos de cara a las generales de 2015.

Visto lo anterior, seguramente en la noche electoral se brindará en todas las sedes. Con la excepción, creo, de la embargada sede de Convergència. Todo ello habrá servido para que los grandes despachen, sin perder la compostura, una molesta piedra en el zapato, pues así –con tan inconsciente desprecio– han enfocando siempre estos comicios. Confiemos en que alguien sea capaz de transmitir al ciudadano, con alguna convicción y algún efecto, la importancia de ciertas cuestiones: la corrección del déficit democrático europeo; el europeísmo como vacuna contra el nacionalismo; el proceso de integración llamado a convertir tarde o temprano la ciudadanía de la Unión en un estatus con tanto peso como el que conlleva poseer un pasaporte de los Estados Unidos de América; la armonización legislativa a la que acabará conduciendo un euro que, contra pronóstico, no se ha roto; la puesta en común del Estado de Bienestar deseable y posible; la corrección de las carencias competitivas de ese marco hiperregulado; la unidad bancaria; las siempre eludidas políticas exterior y de defensa comunes, que no llegarán mientras los europeos vean la UE como un castillo kafkiano de burócratas ajenos a su vida, a su patrimonio, a sus oportunidades y a sus expectativas. Hay que contar Europa.

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