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Juan Carlos Girauta

La convergencia

Cada día que pasa resulta más asombroso el modo en que un hombre que piensa en castellano, que traduce al hablar, que necesariamente se expresa en catalán a trompicones, ha tomado con calma los controles del poder catalán sin inmutarse y sin complejos.

Ha sido Arcadi Espada el primero en formular estructuradamente una corazonada colectiva: el heredero de Pujol era Montilla, que consuma, materializa, perfecciona y ancla el sueño del banquero visionario, sueño apenas adaptado ligeramente a unas circunstancias sorprendentemente obedientes al soñador. No interesa aquí resaltar los contrastes entre el de Iznájar y Pasqual Maragall, consignar los errores que éste cometió o las ingratitudes que hubo de sufrir. El meollo del asunto está en que la historia de Cataluña se puede saltar a Maragall: Montilla representa todo aquello por lo que Pujol trabajó. Lo que supone, entre otras consecuencias no menores, el final de Convergència como partido de gobierno por consecución triunfal de sus fines últimos: la integración, en el sentido que Pujol se esforzó en darle y que Espada resume así: "que el recién llegado acepte el nacionalismo como una premisa de vida".

Cada día que pasa resulta más asombroso el modo en que un hombre que piensa en castellano, que traduce al hablar, que necesariamente se expresa en catalán a trompicones, que se ve obligado a sortear todo el tiempo plagas mentales de barbarismos, ha tomado con calma, en el más depurado espacio del nacionalismo lingüístico, los controles del poder catalán sin inmutarse y sin complejos.

Consciente de su alto valor simbólico como verdadero hereu de Pujol, y de su carácter ejemplarizante ante "los otros catalanes", Montilla une a sus condiciones de frío apparatchik (de las que ya venía dotado) el impulso magnífico de su mentor, que sigue pesando mucho en la vida catalana: fue casi un cuarto de siglo, fue la etapa de la "construcción nacional de Cataluña" (siempre inacabada, eso sí), fue el establecimiento de un recalcitrante sistema de códigos que se superpuso a la Cataluña de la Transición y que tiñe e informa desde hace varios lustros cualquier manifestación pública, sea estrictamente política, sea cultural, asociativa, universitaria, lúdica, mediática.

Si hoy se celebraran elecciones autonómicas, Montilla obtendría mayoría absoluta. Sin perder ninguno de los apoyos naturales de la izquierda del cinturón industrial, el vivero que permitió a los socialistas reunir más de millón y medio de votos en las últimas generales (más que doblando al segundo), Montilla está fagocitando al votante de CiU sin prejuicios. De lo que se infiere que Mas puede quedarse en los huesos, justo con el voto del nacionalismo racista, regodeado en el error de reírse del catalán de Montilla, en afearle que se siga llamando José. Si la construcción nacional de Cataluña se culmina, será por esta inesperada unión de apoyos, por esta insólita convergencia. Sí, convergencia; ya sé que parece recochineo, pero no hay mejor forma de describir el fenómeno.

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