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Juan Carlos Girauta

La insolidaridad no conoce fronteras

En Gerona, en Tarragona y en Lérida no quieren ni oír hablar de que su agua se lleve a Barcelona. ¿O es que creía nuestra clase política que tanta demagogia acumulada no acabaría estallando entre nosotros?

La educación en la mentira y la fabricación de agravios –inveterados o novísimos, pero del mismo patrón– alcanza pronto sus sombríos logros. La insolidaridad es el primero. El mecanismo es simple; si los catalanes hemos sido histórica y sistemáticamente expoliados por España, ¿por qué habríamos de contribuir ahora a igualación territorial alguna? Veamos sin dilación las balanzas fiscales, comprobemos cómo año tras año España nos sangra y procedamos a un punto y final: la riqueza que aquí se produce, aquí se queda. Y que den gracias si no exigimos una compensación histórica con inicio del debe en 1714, o mejor 1415.

Esta forma de argumentar, gravemente viciada por tres fatídicos contaminantes políticos –la falsedad histórica, el enardecimiento sentimental y la apelación grupal–, ha triunfado clamorosamente. No se atreven a discutirlo ni aquellos catalanes de origen andaluz o extremeño (y son millones) cuyos parientes se verían afectados si el partido al que votan, que es básicamente el PSC, pudiera aplicar sus planes sin el contrapeso del socialismo andaluz y extremeño al que la adscripción al PSOE les somete. Insensibilizada la parte de Cataluña que se supone más proclive a detener el tsunami insolidario, ¿qué esperar del resto de nosotros?

– Oye, yo creía en la solidaridad entre las comunidades de España, que somos un solo pueblo soberano, pero si tú te empeñas en abandonar a su suerte a tus tíos, sobrinos y primos del sur, no seré yo quien te lo impida.

Hay más. Una vez instalada la insolidaridad, no puede esperarse un florecimiento solidario intramuros, dentro de los límites de Cataluña. La última edición del programa Àgora, de la televisión pública catalana, se dedicó al problema de la sequía que sufre el área de Barcelona y que afecta a cinco millones y medio de los siete millones doscientos mil catalanes. Se trataba de discutir si los trasvases (como el del Segre, que el Gobierno español descarta y el catalán exige) son una solución. Los participantes demostraron buenos conocimientos técnicos, pero un espectro se cernió sobre el plató desde el mismo instante en que, abriendo el programa, se reprodujeron las opiniones de una docena de ciudadanos, grabadas a pie de calle. En Gerona, en Tarragona y en Lérida no quieren ni oír hablar de que su agua se lleve a Barcelona. ¿O es que creía nuestra clase política que tanta demagogia acumulada no acabaría estallando entre nosotros?

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