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Juan Carlos Girauta

La vuelta del calcetín

Lo que su historial, estrechamente ligado a Arafat, nos muestra no es un mal diplomático sino un diplomático ajeno

Si la Escuela Diplomática sobreviviera al gobierno de Rodríguez, cosa harto improbable, con los años acabaría dedicando especial atención a la época de Moratinos, caso asombroso y único. La Vuelta del Calcetín, la llamaría la doctrina más benévola, o como se puede liquidar en unos pocos meses un gran activo siguiendo una norma: preguntarse qué habría hecho Aznar y hacer simplemente lo contrario. De aliado privilegiado de los Estados Unidos y referente obligado de la diplomacia mundial, hemos pasado en un periquete a ser evitados por republicanos y demócratas y a resucitar el tercermundismo o el anacronismo de los no alineados, que tan bien alineados estaban con los intereses del totalitarismo.
 
El último desatino pasa por Jartum. Pakistán, Brasil, Argelia y España, por orden de importancia, discrepan de las sanciones a Sudán previstas por el Consejo de Seguridad de la ONU. China y Rusia tampoco lo ven claro. Vencido el plazo para que el gobierno sudanés desarmara a sus milicias de Janjawid sin que Jartum haya movido un dedo, parece llegado el momento de actuar. Justo entonces, Moratinos se planta en el campo de refugiados de Abu Shok, asistido por Leire Pajín, y luego concede en Jartum una rueda de prensa con el ministro de exteriores sudanés, Mustafá Osman Ismail, para expresar públicamente su apoyo al régimen genocida.
 
España, dice Moratinos, se dispone a reabrir su embajada y elevar la ayuda humanitaria (tan humanitaria que la gestionará el lobo para atender a las ovejas). Se opone tajantemente a la intervención unilateral mientras valora positivamente "los aspectos humanitarios y de seguridad" del país. Pasa a justificar los incumplimientos y apunta, como siempre, hacia el lado que complace al anfitrión: la comunidad internacional debe ejercer "presión sobre los rebeldes".
 
Anteponer la diplomacia a la fuerza es algo muy loable, siempre y cuando se conozcan los límites de la diplomacia. Estoy seguro de que Moratinos los conoce. Lo que su historial, estrechamente ligado a Arafat, nos muestra no es un mal diplomático sino un diplomático ajeno. Una pieza no menor en el tablero internacional que juega a favor del color del contrario. No hay que ponerse nervioso con Moratinos; hay que mostrarle a la opinión pública, con una gran paciencia, a quién sirven todas y cada una de sus iniciativas.
 
Y también hay que preguntarle por qué ha tardado seis meses en revelar ciertas informaciones sensibles sobre los atentados de Madrid que él obtuvo la misma mañana del 11 M. Y por qué no informó al gobierno de la nación. Y por qué se inventó, tras su entrevista con Powell, que los Estados Unidos le habían solicitado su mediación en el conflicto israelo-palestino. Preguntas claras que, de momento, no tienen respuesta. Él dice que está "supertranquilo". Bien, nosotros lo estaríamos más si declarara ante la comisión del Congreso. Siempre y cuando los representantes del PP sepan hacer las preguntas adecuadas.

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