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Juan Carlos Girauta

Lo que vale la verdad

Queda por ver si aquí es posible mentir de forma tan obscena sin pagarlo en las urnas. El 9 de marzo no sólo se examina al Gobierno; España se examina a sí misma sobre el valor que le da a la verdad.

Ningún país decente dejaría de exigir responsabilidades a un presidente que miente de forma tan flagrante como mintió el nuestro tras los atentados de la T-4. Sorprende que reconociera aquella falsedad atañendo a un asunto que había sacado a millones de personas a la calle y que había concentrado durante años las más severas críticas de la oposición y de los medios no estabulados. Quizá tenía motivos para pensar que las actas se harían públicas de todos modos, o simplemente tuvo un ramalazo de sinceridad inducido por Pedro J. Ramírez. Nunca lo sabremos.

Más allá de las razones de su autoinculpación, el hecho es que existió. Amparándose en presiones de fantasmagóricas instancias internacionales, se puso a los pies de los caballos. Y con él a su partido y a su Gobierno, empezando por el ministro Rubalcaba, que había negado con particular contundencia el mantenimiento de contactos de cuya existencia conocía. Se trata del mismo Rubalcaba que durante la jornada de reflexión de las pasadas elecciones había atizado la crispación social –mientras se acorralaba a los populares en decenas de sedes– acusando al ejecutivo Aznar de… mentir.

El líder socialista se cree por encima del bien y del mal. Acostumbrado a transgredir las leyes sin consecuencias –desde la ley de partidos hasta la Constitución entera con su Estatut (pues suyo fue)–; progresivamente convencido de poseer extraordinarios poderes –poder para reinventar la historia, poder para llevar su ideología a la escuela–, este Adán persuadido de ostentar capacidades tales como acometer una alianza de civilizaciones –nada menos– concluyó que también podía decir una cosa y su contraria.

Ahora trata de explicar lo inexplicable aduciendo riesgos para los negociadores. Sería pues la seguridad de sus enviados la que hizo afirmar al ministro del Interior que el proceso estaba “finiquitado, liquidado y acabado” mientras continuaba en marcha, siendo los únicos finiquitados y liquidados Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio.

Naturalmente nadie cree ya en la palabra de Rodríguez. Ni los suyos pueden hacerlo, aunque el PSOE ha dejado de considerar la verdad un valor apreciable. Con dos versiones irreconciliables de lo mismo, cuanto más repita el presidente que no nos engañó, más se hundirá en el fango. Queda por ver si aquí es posible mentir de forma tan obscena sin pagarlo en las urnas. El 9 de marzo no sólo se examina al Gobierno; España se examina a sí misma sobre el valor que le da a la verdad.

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