Ni en una encrucijada nacional como esta ha podido Rodríguez vencer la tentación de rescatar el leitmotiv de la guerra de Irak, martillo de peperos con el que ya sólo se golpea a sí mismo y a los intereses de España. Hasta cuando se alinean PSOE y PP por razones de estado, aprovecha el primero para avivar el odio. ¿Qué tendrá que ver el planete antidemocrático con la democracia planetaria? Nada, pero aprovechando que hay cámaras, ¡no a la guerra!
Yendo a lo serio, Rajoy, consciente de lo que hay en juego, ha recordado a propios y extraños por qué Aznar le escogió a él y no a otro, por qué lidera la España liberal-conservadora. Era fácil perderse en el hueco rechazo institucional, transitar a la sombra de lo que acepta la mayoría parlamentaria. Era casi inevitable rezagarse en cuestiones procedimentales, pues el plan está diseñado precisamente para provocar ese tipo de debates envolviendo la sedición en el celofán de la voluntad de los vascos y las vascas. Rajoy ha sorteado la trampa dedicando al procedimiento apenas unas frases que contienen lo que ha de ocupar a tribunales y consejos varios, pero no a él, no hoy, no allí.
Ha negado que “los españoles” estén rechazando lo que “los vascos” demandan, trampa mayor del plan. Ha recordado dónde reside la soberanía y hasta dónde alcanzan las atribuciones de un parlamento autonómico. Pero, por encima de todo, se ha referido a las víctimas, a las razones por las que las asesinaron, y ha propugnado “la liberación” de una sociedad “secuestrada por los violentos”. Ha nombrado a las víctimas para ponerle cara, dotar de realidad, de gesta y de dolor, a estas frases que retumbarán en los oídos de los nacionalistas: “Vienen a decirnos que todos han muerto en balde (...), que tenían razón sus asesinos fanáticos (...) ¿Eso es lo que quieren decirnos? (...) No han muerto en vano y no vamos a traicionar su memoria (...) ¡Los han matado porque estorbaban las mismas pretensiones que este programa recoge!” El mejor Rajoy.