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Juan Carlos Girauta

Los hijos devoran a Saturno

Pero la habilidad con que ciertos hombres construyen una nación donde no la hay es un raro atributo que, como era de prever, sus hijos políticos, los que iban produciendo sus escuelas y universidades y burocracias y medios de masas, no han heredado

Si volviera Goya con sus pinturas negras, o volviera Rubens, encontrarían en el nacionalismo catalán inspiración y motivo para invertir el mito de Saturno. Ha trascendido la pinza del Tripartito con Piqué para dejar a CiU fuera de juego. Ya habíamos advertido algunos (en La Linterna de la COPE) que quien iba a acabar votando contra el estatut sería Mas. Los belicosos hijos del pujolismo se creen con fuerzas suficientes para acometer a un tiempo tareas con las que la imprudencia no podía soñar hasta que llegaron los castellers, los filólogos, los guionistas de Bigas Luna, los camisas negras.
 
Tareas como la de tutelar a un pobre presidente del gobierno español, encarnizar el lenguaje político, borrarle los lemas al ejército, conceder certificados de catalanidad, enseñarles el mapa de España a los etarras, negarles la condición de intelectuales a los pocos intelectuales que van quedando, culminar la diglosia o sentar la equivalencia entre centrífugo y democrático, de donde se infiere que Francia debe ser el país menos democrático de Europa.
 
Pero la tarea cumbre, desempeñada en silencio desde el día en que prefirieron Maragall a Mas, es la de devorar al padre, desgarrar a dentelladas el cuerpo del Saturno local, del Cronos barcelonés nacido en 1930, del dios de un tiempo lento –fotograma a fotograma– de construcción nacional. Pujol y su cuarto de siglo: la lobotomización de una sociedad que era indómita y libre, creativa, rompedora, pueblo que fruncía el ceño ante cualquier poder. Fotograma a fotograma, la película del pujolismo, aun a cámara lenta, siempre iba hacia delante. Cuando venían mal dadas, el dueño del tiempo nacional se convertía en estatua, se hacía inamovible hasta que el entorno volvía a sonreírle. Y entonces, pasito a pasito como una muñeca de Famosa, reanudaba su marcha.
 
Pero la habilidad con que ciertos hombres construyen una nación donde no la hay es un raro atributo que, como era de prever, sus hijos políticos, los que iban produciendo sus escuelas y universidades y burocracias y medios de masas, no han heredado. Aludo a los hijos ilegítimos. En cuanto a los legítimos, los que le relevaron en el partido, giran y giran como derviches sin objetivo, se agotan en el absurdo empeño de ser más nacionalistas que los nuevos señores del presupuesto. Serán despedazados, destrizados y engullidos por voraces hermanos putativos.
 
CDC salió de la nada, de un hombre que no ocultaba sus intenciones:fer país. Nace el partido el 28 de marzo de 1976 para solapar en poco tiempo a las parcas formaciones que tenían derecho a llamarse antifranquistas. Cuatro años más tarde ganó las elecciones autonómicas con tres cuartos de millón de votos, un 17 % del censo catalán. Y las fue ganando todas, incluidas las últimas (46 escaños). Pero entonces Carod le dio la presidencia a Maragall (42 escaños) y empezó a despedazar al padre, a precipitar sus planes. Derriban su obra por amor, porque creyeron sus cuentos de hadas y caballeros y castillos, porque son su sombra inhábil.

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