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Juan Carlos Girauta

Los reyes de los mendigos

Cuando algo ha de caerse, algo se cae, y ahora les toca a ellos. Porque defiendo el capitalismo abomino de estas termitas. Porque creo en el libre mercado descreo del estado de excepción financiero.

Desde que los bribones se ponen honrados, desde que la críptica cleptocracia de los bancos de inversión ha descubierto las virtudes de la solidaridad (con ellos), las cosas se han trastornado. Cualquier mente independiente (no sólo en lo intelectual; alguien cuyo bienestar no dependa de pomposos chiringuitos, ni de ingeniosas aseguradoras, ni de aplicadas factorías de hipotecas) concluirá que si un negocio no puede hacerse a veces, no debe hacerse nunca. Si las operaciones a descubierto pueden lesionar la economía, es que la pueden lesionar siempre; si hacer paquetitos de hipotecas mezclando bombones belgas con cagarrutas pone en peligro el crédito y la solvencia de todos, entonces lo pone siempre.

Está por ver que tanta creatividad haya contribuido en algo a los fines que justifican la existencia de un sector financiero privado. Si en vez de contribuir provoca recesiones, o bien sus fórmulas jamás debieron existir, o bien no debió permitirse tanta concentración de riesgo en cada entidad individual. Por otra parte, y en buena lógica, si defendemos la licitud de todo lo anterior, entonces no hay excepciones, y cuando las cosas pintan feas… que se hundan. Todo se hunde tarde o temprano. Y cuando algo tiene que caer, algo cae. Tirar de la máquina de los billetes para restablecer solvencias cuya pérdida se han ganado a pulso los grandes nombres de las finanzas es endosar a otros el problema, diluirlo en una masa anónima y comprometer el futuro. De momento parece una solución, pero el momento dura poco: en cuanto se ha sabido de la nacionalización norteamericana de las pérdidas, ha caído el dólar.

Como en La ópera de dos centavos, más de un prestamista se acaba de ganar el título de rey de los mendigos. Una bandada de pájaros con contratos blindados y salarios estratosféricos ha tomado las esquinas del planeta. Nos tienden la mano de contar billetes y basura para que les arrojemos unas monedas que, sumadas, mantendrán su status. Si fueran más zalameros, igual les echaría una limosna. ¡Toma, majo, para tus putas! El putero de yate puede ser muy simpático. Pero prefieren presentarlo como una apremiante obligación cívica. ¡Hay que salvar el sistema! Por sistema entienden, claro está, lo suyo. Que les zurzan. Cuando algo ha de caerse, algo se cae, y ahora les toca a ellos. Porque defiendo el capitalismo abomino de estas termitas. Porque creo en el libre mercado descreo del estado de excepción financiero. Porque la competencia es esencial hay que dejar que se enfrenten a los crudos resultados de su gestión.

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