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Los globófobos españoles ya disponen del refresco Mecca-Cola, imitador y azote del producto global por excelencia. Taoufik Mathlouthi, que se ha forrado con el invento, tuvo la ocurrencia de añadirle, en términos de marketing, una nueva utilidad al producto que ha devenido central: el “compromiso”. Consumir Mecca-Cola permite luchar contra el imperialismo americano y contra el sionismo mientras uno apaga la sed. Subraya Mathlouthi que un diez por ciento de sus beneficios van a parar a la causa palestina y otro diez por ciento a ONG europeas. Se supone que el ochenta por ciento restante se lo queda la empresa de este combatiente de las grandes superficies.

Como no podía ser menos, el bebedizo (RAE: bebida confeccionada con veneno; en este caso, el veneno del odio) ha cosechado un éxito rotundo en Francia. La razón obvia es la gran cantidad de musulmanes en el país vecino, y la no muy oculta es que su oferta va acompañada de una invitación al boicot de los productos estadounidenses. El francés de a pie no va a prescindir de su ordenador ni de su software americanos, claro, pero si se puede dar una alegría pensando que una vez al mes le resta ventas a Coca-Cola, tanto mejor. A fin de cuentas, adoran a Bové, conocido por destrozar un McDonalds. Como boicot lo interpretan y proclaman también en España los agitadores de rigor desde sus webs. Este es el eslogan que aparece en las botellas en inglés de Mecca-Cola: No more drinking stupid, drink with commitment, o sea, que bebamos con compromiso y no a lo tonto. La alusión implícita a Coca-Cola es evidente, sobre todo porque lo acompañan un diseño de producto y un nombre que son pura imitación del gigante de Atlanta.

Este refrescante compromiso de los progres es un trasunto posmoderno del famoso compromiso de los intelectuales europeos durante la Guerra Fría, que significaba pura obediencia a las directrices de partidos totalitarios. Los desnortados hijos de la izquierda occidental, siervos como siempre han sido, llevaban más de una década en busca de amo. La atracción del islamismo ha sido irresistible. Al fin y al cabo, ¿quién representa mejor el antiamericanismo, su común denominador, que los que derrumbaron las Torres Gemelas? Más cautelosos que aquellos palestinos que saltaban de alegría por las calles, siguieron las directrices de sus mentores mediáticos y universitarios, que alternan la justificaron del terrorismo por la desigualdad con la atribución de la responsabilidad del 11-S al propio gobierno de Estados Unidos. (Véase La gran impostura, otro producto típicamente francés)

Ahora los islamistas, sus amigos, los que los comprenden, los que los justifican y todos los que se alegran de su existencia, ya tienen refresco. Felicidades. Habrá que permanecer vigilantes hasta conocer qué es lo que van a financiar con su diez por ciento en Palestina y quién y cómo lo va a gestionar. De entrada, podríamos preguntárselo a Marco Polo Trade and Marketing, distribuidor oficial para España de este producto que segmenta el mercado de acuerdo con variables de raza, de religión y de ideología.


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