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Juan Carlos Girauta

¿Otra vez?

La sola evocación de los nombres de nuestro editor y de nuestro compañero debería avergonzarle. Lejos de eso, los usa para advertir –un cuarto de siglo después– a los firmantes de nuevos manifiestos, prolongando una vieja y ominosa historia

Nunca es tarde para descubrir al verdadero Maragall. Ni para decir la verdad. Y la verdad o verdades del Manifiesto Por un nuevo partido político en Cataluña levantan ampollas. Se me envió a la firma, y si no me he adherido es por dos razones que no merman mi respeto a la iniciativa ni el reconocimiento al coraje de cuantos levantan la voz. Además, ¿cómo voy a discrepar de la tesis central, la de la Cataluña virtual, si atribuí en estas páginas, en 2003, su construcción a Jordi Pujol?
 
Una de las razones es anecdótica: no quiero tener nada que ver con un tipo que se ha hartado de llamarnos falangistas mientras los liberales catalanes de Libertad Digital, procedentes (y asqueados) de la izquierda, denunciábamos casi a solas lo mismo que él ahora. El resto de los firmantes forma un grupo admirable. A algunos les debo horas de lectura impagables: son imprescindibles La izquierda reaccionaria, de Horacio Vázquez Rial, Memorias de un bufón, de Albert Boadella, o Historia de un idiota contada por él mismo, de Félix de Azúa. Hay mucho más, y muchos más.
 
La razón de peso para no firmar es que, compartiendo el diagnóstico del manifiesto, discrepo de la terapia propuesta: no creo que haga falta otro partido en Cataluña, donde los no nacionalistas tienen al Partido Popular, al que apoyo sin disimulo (lo siento, ni soy periodista ni estoy acomplejado por mi opción política, más bien todo lo contrario). Añadiré que si el PP no mantiene –o no aumenta– su base electoral en Cataluña, Rajoy jamás podrá imponerse a Zapatero.
 
Por lo demás, denuncio la persecución y hostigamiento de los firmantes, las amenazas y los argumentos ad hominem, que ya han comenzado. A ver qué demonios significan estas palabras del Conseller en Cap Josep Bargalló: “Hay una amplia tradición catalana de manifiestos sobre la realidad social y nacional. Yo recuerdo, por ejemplo, otro manifiesto de intelectuales firmado por el señor Amando de Miguel y el señor Jiménez Losantos” (a continuación, silencio elocuente). A qué podrán obedecer, teniendo en cuenta que, por firmar aquel manifiesto, uno de los citados sufrió un atentado y el otro se libró de milagro (véase De les armes a les urnes, de Oriol Mallo). Y que, a raíz de aquello, mucha gente abandonó Cataluña. Y que el grueso de la organización terrorista responsable está integrado en el partido de Bargalló, el militante de Esquerra con más altas responsabilidades institucionales, con más poder.
 
La sola evocación de los nombres de nuestro editor y de nuestro compañero debería avergonzarle. Lejos de eso, los usa para advertir –un cuarto de siglo después– a los firmantes de nuevos manifiestos, prolongando una vieja y ominosa historia. ¿Otra vez, Bargalló?

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