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Juan Carlos Girauta

Otra vez la guerra de Irak

Paseaban pancartas con las fotografías de los diputados populares y la palabra "asesinos". Jugaron con la convicción (acertada) de que la derecha era más decente que ellos y jamás les iba a responder acorralando sedes socialistas.

Rodríguez ya está en campaña. Quizá por lo corto de su repertorio, ha desempolvado el viejo éxito "La guerra de Irak", trufado de adjetivos que siempre empezaban por "i". No lo decoremos: se trata de reavivar las ascuas de un incendio que puso en serio peligro la convivencia y que sólo él provocó al criminalizar a media nación.

Los momentos estelares del artista conocieron el acorralamiento físico del adversario. La costumbre de plantarse ante las sedes del PP para llenarlas de estiércol, amenazar a sus militantes y acusarlos de asesinar niños procede de un momento preciso y kafkiano: la metamorfosis de Gregorio Samsa Rodríguez –pseudo Besteiro, pseudo Sagasta– en un ser temible y absurdo.

Rompió todos los límites, escritos y no escritos, del sistema. Su estrategia acabó triunfando con la veloz, fulminante explotación de una oscura masacre, la intoxicación masiva, la deslegitimación del Gobierno, el acoso a un partido y la subsiguiente captación de un millón y medio de votos radicales que no volverán a favorecerle... salvo que les eche más carnaza. Ojo, Rodríguez, que aquella carnaza fue mucha, y están mal acostumbrados.

Pretende que volvamos a enzarzarnos con lo de las Azores en vez de hablar del fortalecimiento de la ETA que él ha propiciado. Aznar dice verdad: nadie dudaba de la posesión de armas de destrucción masiva por parte de Sadam. Era lógico: la actitud del tirano, empezando por la sistemática obstrucción a los inspectores de la ONU, confirmaba las sospechas. Un poco de memoria: el debate no era entonces si existían o no tales armas, sino el modo de afrontar el desafío de un genocida embravecido, su violación de las resoluciones del Consejo de Seguridad y de las condiciones que interrumpieron la guerra por Kuwait.

Rodríguez llenó la prensa y los foros de mentiras acerca de la posición de España. Inició la deslegitimación del PP insistiendo en que Aznar gobernaba contra la mayoría del pueblo español. Lo remató al difundir, en los peores momentos de una crisis nacional, la especie de los terroristas suicidas y envió a Rubalcaba, a quien no se le conoce una sola verdad, a acusar al Gobierno de mentir. Curiosamente, desde entonces los socialistas no han hecho más que entorpecer la investigación de los atentados.

Paseaban pancartas con las fotografías de los diputados populares y la palabra "asesinos". Jugaron con la convicción (acertada) de que la derecha era más decente que ellos y jamás les iba a responder acorralando sedes socialistas. No sé si estoy mordiendo el anzuelo recordando todo esto, porque, repito, lo que Rodríguez desea es que no hablemos de la ETA. Y sus deseos siempre van en dirección contraria a los intereses de España.

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