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Juan Carlos Girauta

¿Quién teme a Trini Jiménez?

Ya sabía yo que las afrentas de Blair tenían que ser culpa del PP. ¿De quién si no? No sé cómo se nos había ocurrido pensar que la alta representación oficial británica en la fiesta mayor del malhadado pedrusco pudiera tener nada que ver con nuestra fuga de Irak.
 
Tiempo y diálogo es la receta del presidente para este “problema histórico” de trescientos años. Déjame que te cuente, Rodríguez: si somos generosos con el tiempo, en realidad no hace falta ni siquiera diálogo. El segundo principio de la termodinámica acabará con todo, incluido el Reino Unido y España. Lo que el presidente propone es que dejemos de mirar hacia Gibraltar para que el problema desaparezca. Es como un niño. Y tiene razón. ¿A quién le importa Gibraltar?
 
Si esos excéntricos andaluces que simulan vivir en Londres gozan con su farsa y con sus treinta mil sociedades mercantiles, allá ellos. Admiro demasiado a Inglaterra como para hacerme mala sangre por la existencia de una ridícula colonia en suelo español. No quiero ni empezar a poner ejemplos porque no acabaría: su literatura inmensa, su música pop, sus  hispanistas, sus líderes. Resumiendo, jamás desalojaré a John Lennon del altarcito pagano que le he instalado en mi casa sólo por haberse casado con Yoko Ono en Gibraltar. En 1970, al separarse los Beatles, grabó Plastic Ono Band;  en el estremecedor tema God, sentenció con aquella voz cuya textura removía las emociones por su inmediatez y su belleza casi insoportable: I just believe in me. Sólo creía en sí mismo, como Inglaterra.
 
A nadie se le escapa que España tiene razón, incluyendo a los propios británicos, que insisten e insistirán en reconducir la cuestión hacia el derecho a la autodeterminación a sabiendas de que se trata de una cuestión de soberanía. Lo saben ellos, lo sabe la ONU y lo sabe hasta el pobre Caruana. Ninguna gestión, negociación o iniciativa política ha servido nunca de nada. Ni servirá. Estamos hablando de Gran Bretaña, cuya historia desconoce la traición a los propios intereses y es una continua demostración de la prevalencia de la convicción y de la fuerza en las relaciones internacionales. Bendigamos que sus colonos crearan la primera democracia del mundo. Saludemos la era en que la fuerza la ostentan las democracias y dejémonos de tonterías.
 
Los círculos virtuosos de Moratinos son de agradecer porque han propiciado muchas risas; este hombre es una mina. El presidente se apunta a la termodinámica, caballo ganador, y la diplomacia española bosteza ya con el asunto. En realidad, la única alusión –indirecta- a la fuerza, la hizo una concejala para desdecirse rápidamente Su “no permitiremos” fue tan desmesurado, tan ajeno a la realidad, que a los propios ingleses les debió parecer entrañable.

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