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Juan Carlos Girauta

Rodríguez, luz de Occidente

No será la era Obama (¡la Nueva Era, oh, ah!) la que vea reducirse otros proteccionismos más dañinos: el que practican la Unión Europea y los Estados Unidos con su agricultura, responsables directos de que los países pobres no levanten cabeza.

Contra lo que esperaba el ministro Sebastián, lego en normativa electoral americana, de Bush no se van a librar hasta el veinte de enero. En su furor obamita, daban por hecho nuestros gobernantes que el presidente electo de los Estados Unidos acudiría a la cumbre de Washington para ponerse al frente de la refundación del capitalismo, ahí es nada. Pero tampoco. El único anfitrión es Bush, entregado, eso sí, a un pautado y escrupuloso traspaso de poderes del que, como casi todo, pueden tomar ejemplo el resto de las democracias del universo mundo.

En realidad, el mayor interés de Obama en su primera reunión con Bush no atañía a la crisis financiera, que también le preocupará lo suyo, sino al futuro de la industria del automóvil. Señal de que la nueva administración se va a entregar a un proteccionismo que, como siempre, será comprensible en términos de economía doméstica, pero que pone palos en las ruedas de la globalización, uno de cuyos arietes fue el proceso GATT, institucionalizado en la OMC, y cuya esencia es el desarme de aranceles y demás barreras al comercio.

Es una mala señal, y permite suponer que no será la era Obama (¡la Nueva Era, oh, ah!) la que vea reducirse otros proteccionismos más dañinos: el que practican la Unión Europea y los Estados Unidos con su agricultura, responsables directos de que los países pobres no levanten cabeza al impedírseles competir con lo único que, de momento, producen. Y, por ende, a no poder invertir los excedentes en procesos industriales cada vez más elaborados. Claro que en plena refundación del capitalismo, cuando los libros de Karl Marx han multiplicado, según dicen, por diez sus ventas, a algunos les parecerá muy bien que no se consume en África ninguna "acumulación originaria de capital" para que el productor no se vea separado de los medios de producción y pueda seguir en su feliz miseria.

El meollo de la tenida de Washington es financiero, pero subyace la necesidad de que los nuevos enfoques favorezcan la economía productiva y pongan coto al gran casino de los derivados, que curiosamente tiene su capital en Chicago, sede asimismo de la más corrupta administración de los Estados Unidos. En fin, el semi dios puede muy bien advenir en una zahúrda.

Por fortuna, las enormes dudas de la comunidad internacional sobre cómo manejar la doble crisis mundial se verán despejadas con la esperada intervención de un Rodríguez avalado por Sarkozy, que le ha hecho la sillita de la reina. El anticipo de nuestro estadista estremece por lo grandioso de su ambición y por su magistral originalidad: hay que erradicar la pobreza y el hambre. "¿Cómo?" –se preguntan algunos. Bah, preguntas insidiosas. El discurso único e inédito que va a aportar España, sumado a la ausencia de Obama, dejarán a Rodríguez como única luz de Occidente (siempre enfocada a Oriente). Qué suerte ha tenido el mundo.

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