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El conjunto de las fuerzas políticas catalanas, con la excepción del Partido Popular, considera que el Estatuto que les ha servido de marco durante más de dos décadas ha dejado de ser útil. En alocada carrera hacia la nada, los socialistas propugnan tribunales puramente catalanes, los convergentes fantasean soberanías sin disimular su admiración por el plan Ibarreche, los comunistas asienten y bostezan, aplazando concreciones, y la Esquerra sigue donde estaba, aunque asombrada y molesta por la general aproximación a su espacio político.

Ninguno de sus nuevos estatutos cabe en la Constitución (salvo que los de IC opten, cuando se despierten, por ser más recatados que Maragall, cosa harto improbable). Si el PP entra en el Govern pactando con CiU, Mas tendrá una buena excusa para moderarse. En otro caso, cualquier ejecutivo que salga del 16 N se verá en la tesitura de abrir un debate que trasciende el marco catalán. Como Zapatero no va por esa línea, según se desprende de los papeles de Santillana del Mar, la cosa puede acabar también con la definitiva voladura del PSOE. Todo ello, claro está, en el caso de que las izquierdas, los nacionalistas y los republicanos sean sinceros. Pero sospecho que sólo estos últimos lo son.

Por tanto, la campaña de las autonómicas catalanas será un festival de demagogia, con los dos pesos pesados, Mas y Maragall, Maragall y Mas, fundando sus propuestas en una premisa en la que no creen. Si alguien piensa aún que CiU sí cree en lo que propone, que trate de responder a esta pregunta: ¿por qué Jordi Pujol no ha abierto en veintitrés años un debate que conduce a la ruptura del consenso y al fin de la estabilidad institucional?

El insólito cuadro descrito sólo se explica a partir del concepto en que la clase política catalana tiene a la sociedad cuyos destinos pretende regir. Hace demasiado tiempo que no se detienen a observar el mundo que les rodea. Las investigaciones demoscópicas demuestran claramente que a la inmensa mayoría de los catalanes nos importa un rábano el debate institucional. Josep Piqué está recordando todos los días, a todas horas, en todos los foros, que el presupuesto de la Generalitat dispone ahora de un billón más de las antiguas pesetas que en 1996, que gestiona impuestos por un valor seis veces mayor y que la inversión del Estado en Cataluña ha pasado del 5’5 % a más del 16 %. Además, como se ha visto, tiene la exclusiva de la defensa del Estatut, esto es, de la norma que preside la más larga etapa de autogobierno de que ha gozado jamás Cataluña. La noche del dieciséis de noviembre habrá sorpresas.


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