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Juan Carlos Girauta

Sospechoso

De ahí también el nombre. Suspendida la lógica, se dejaba de exigir el “¿de qué?” ¿Sospechoso de qué? Luego está el castigo

Extraerá el Gran Inquisidor las consecuencias que se le antojen de las fotografías, fantaseará que los vociferantes jubilados son sospechosos, así, en general. En la Unión Soviética, cuando alguien era sospechoso se ponían en marcha mecanismos semánticos y penitenciarios. Los primeros suspendían la lógica; el totalitarismo se distingue por trascender la política desde la política, por penetrar, contaminar y, finalmente, destruir el sentido de todo. De ahí también el nombre. Suspendida la lógica, se dejaba de exigir el “¿de qué?” ¿Sospechoso de qué? Luego está el castigo. De los mecanismos penitenciarios que excitaba la arbitraria calificación de sospechoso, da cuenta Solzhenitzyn.
 
Admitirá el atrevido hermeneuta de instantes congelados (cuya defensa del principio de legalidad está encumbrando al Pollo del Pinar a las cimas de la ciencia jurídica) que le imitemos. Obsérvese su imagen, en cualquier fotografía. Con detenimiento. Hay dos hombres en ese hombre. Las cejas, más oscuras que cabello y barba, proponen esperanzadas alegrías, una juvenil disposición a la sorpresa, es decir, a la vida. El primer hombre de esa cara, el de las cejas suavemente arqueadas bajo la frente ancha de estudioso, inspiran confianza. Podemos creer en él. Es el empuje cabal atemperado en la prudencia de quien ha leído despacio muchos miles de páginas.
 
El problema es que, a medida que descendemos por el rostro, aparecen distorsiones alarmantes que niegan lo anterior: es el segundo hombre, de reciente emergencia. No se engañen con su mirada, tápenle las cejas y descubrirán una honda preocupación ensimismada. Los ojos comparten ambas personalidades, por eso el erudito optimista acusa, paradójicamente, el pesar de quien ha desviado sus designios. “Este no es quien yo quería ser”. Decididamente, son ojos abatidos.
 
Cuanto más nos alejamos de la frente, más clamoroso es el derrumbe biográfico. Tanto se hunde en un rictus perplejo la triangulación de la nariz al descender bajo los pómulos hasta la boca, que es difícil no preguntarle: ¿qué te preocupa? Los labios se retraen o se contraen. Algo ha habido o habrá que esconder, aunque el primer hombre intente sonreír. Es la mueca, el rechazo a uno mismo, la conciencia intranquila. Sospechoso. Pero “sospechoso”, claro, no quiere decir nada.

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