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Juan Carlos Girauta

Un líder

las vocecitas ex falangistas que pronto han acusando a Rajoy de usar el discurso de la extrema derecha ya no impresionan a nadie

Conclusión principal del debate: la España liberal-conservadora tiene un líder formidable que se llama Mariano Rajoy. La demoledora eficacia de su discurso sugiere que sus hábitos más criticados -silencios, largas cambiadas, pájaras, vacaciones inoportunas- se los permite porque sabe que tarde o temprano se subirá a la tribuna y no habrá color. Todo lo que tenía que decirle a Zapatero se lo ha dicho por fin. Alto y claro. De los muchos trazos con que Rajoy ha retratado al presidente, hay uno que condensa al personaje: “Usted está superado por los acontecimientos que usted mismo ha creado”.
 
Me ha complacido especialmente que recordara el perjuicio que a los catalanes nos causa la gran confusión maragaliana, que diera por descontada la esencial diferencia entre catalanes y nacionalistas catalanes, que denunciara tanto equívoco como Zapatero ha propiciado con sus promesas temerarias y sus indefiniciones nacionales.
 
“Estamos ante un Lizarra con el PSOE” y, sobre todo “Usted se ha propuesto traicionar a los muertos” son las frases que más han molestado a la bancada socialista y a los mercenarios, digo periodistas, de guardia del gran poder. Pero las vocecitas ex falangistas que pronto han acusando a Rajoy de usar el discurso de la extrema derecha ya no impresionan a nadie. Zapatero considera la segunda frase “inaceptable”; lo inaceptable es traicionar a los muertos, no denunciarlo. A qué punto habremos llegado para que uno respire tranquilo cuando se recuerda que el objetivo de la lucha antiterrorista es derrotar al terrorismo.
 
Maniobrero, irresponsable, antojadizo, sectario o radical son calificativos que le pueden doler al presidente; más nos duele a nosotros que lo sea. Rajoy se lo ha llamado con toda naturalidad, y es difícil atribuir el torrente adjetivo a la visceralidad. Las maneras, el tono, la prosodia zapateril, su edad quizá, le funcionan bastante bien, a qué negarlo. Pero ninguno de esos atributos aporta nada a la hora de afrontar los peligros que él mismo ha provocado. Podrían los atributos no verbales inclinarnos a ver con buenos ojos al socialista. Podríamos suponerle buena fe a despecho de tanta impericia. ¿Podríamos? No lo creo. Nos lo impide el recuerdo de la manipulación sentimental de marzo, incompatible con la buena fe. Nos lo impide la ausencia de condena a los ataques violentos al adversario, incompatible con el talante democrático. Nos lo impide la inconcebible desvergüenza de acusar a Rajoy, precisamente, de lo que constituye el pecado original del gobierno del PSOE: hacer partidismo con el 11 M.
 
Formular de manera articulada y eficaz lo que preocupa a los suyos, sin dejarse nada esencial, es obligación de un líder. El gallego tranquilo ha retratado el estado de la Nación como un artista minucioso e hiperrealista. Y nos ha impresionado, aunque ya conociéramos el cuadro. ¿Ha observado bien, ha escuchado bien, ha entendido bien, en su palacio, el gran silente?

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