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Juan Carlos Girauta

Ya estamos más tranquilos

Por pensar, hasta pensábamos, que tontería, que la inteligencia marroquí tenía penetrados los grupos islamistas en España y que venía obstaculizando la investigación de los atentados perpetrados por marroquíes el 11-M

Para contento de Mongolia y de la nutrida cohorte del good for nothing promotor del Burdeos y de la gamba asiática, la alianza de civilizaciones iba en serio. Como lo demuestra que el Rey de España la invoque ante el vecino del sur. Es una gran alegría para todos descubrir hasta qué punto errábamos. Don Juan Carlos nos ha tranquilizado con ese oportuno discurso, gracias al cual hemos sabido de los “notables avances en las libertades democráticas” de Marruecos, de su “modernidad”, de “su lucha contra el terrorismo” y de sus esfuerzos para controlar la emigración ilegal.
 
Menos mal, pues por algún motivo que no acierto a comprender creíamos que había existido una estrategia de provocación por parte del Rey de Marruecos. Pensábamos que quería anexionarse Ceuta y Melilla, que su padre había cometido genocidio en el Sahara Occidental, territorio sobre el que su país no ostenta ni ha ostentado jamás derecho alguno, llegando a utilizar napalm contra la población civil. Y que el hijo había ordenado recientemente la ocupación del islote Perejil tras un crescendo de tensión unilateral que se había iniciado con el desabastecimiento y hostigamiento de nuestra flota pesquera, había seguido con la retirada inmotivada de su embajador y había pasado por concesiones petrolíferas ilegales y por una colaboración cuando menos pasiva en los bonitos negocios de la droga del Rif y del tráfico humano. Esto lo niego desde ahora mismo porque me acabo de acordar de José Luis Gutiérrez.
 
Por pensar, hasta pensábamos, que tontería, que la inteligencia marroquí tenía penetrados los grupos islamistas en España y que venía obstaculizando la investigación de los atentados perpetrados por marroquíes el 11 M, que sus espías escucharon las llamadas de teléfono de los suicidas de Leganés y que ahora mismo se paseaba impunemente por Tetuán uno de los terroristas reconocidos por testigos en los trenes de la muerte.

Creíamos también, mira que somos crédulos, que el régimen marroquí había realizado presiones dirigidas a censurar a la prensa española, y que el sultán acababa de injuriar al ex presidente del gobierno en una entrevista. Y que en su día había amenazado al entonces ministro de Exteriores Josep Piqué. Y que todo obedecía a la voluntad de alterar por la fuerza o por la amenaza la posición que mantiene España respecto al Sahara desde 1975. Incluso había llegado a concluir que Marruecos había logrado su objetivo, que España se había doblegado y que estaba a punto de traicionar por segunda vez (la primera fue tras aquella visita de Juan Carlos I hace treinta años) al pueblo saharaui.

En España

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