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Juan Carlos Girauta

Zapatero ante el nudo gordiano

Zapatero no es Alejandro: cuando se topa con el nudo gordiano, le añade un lazo y sonríe.

Los independentistas catalanes llaman mucho la atención, pero en la actual encrucijada estatutaria cuentan poco, tirando a nada. Uno de sus consellers amenaza con la Guerra Civil entre comillas y varios muchachos de la gasolina atacan la sede del PPC. Es la cuarta vez en pocos meses que los de Piqué reciben muestras de afecto; los últimos homenajes tuvieron lugar en Barberà del Vallés, Sant Cugat y el barrio barcelonés de Gràcia. En la fachada de la calle Urgel han pintado su bandera para que nadie crea que el molotov era una gentileza del gremio de coctelerías.
 
Pero insisto, lo que ahora importa está sucediendo en despachos a los que los independentistas no han sido invitados. Para empezar, “los independentistas” no son un bloque: los puros recibieron de mala manera a ERC en el Fossar de les Moreres el día 11. Los tienen por traidores vendidos al españolismo, lo mismo que muchos convergentes. La estrategia de Mas en la oposición ha sido disputarle a la esquerra la defensa de las esencias. No ha perdido ocasión de reprocharle su alianza tripartita con un PSC que no distinguen del PSOE.
 
Cuando nos aproximamos al decisivo día treinta, Maragall presiona a CiU por donde más le duele y advierte en su reciente mensaje institucional que velará “para evitar que nadie dañe la legítima ambición de Cataluña y el sueño de cien años de catalanismo forzando fórmulas que sitúen las propuestas catalanas más allá de una interpretación avanzada de la Constitución como la que Cataluña está en condiciones de formular”.
 
De lo que se infieren varias cosas: primera, que Maragall se presentará como la culminación del catalanismo político; segunda, que el PSC ha pactado con los suyos una “interpretación avanzada de la Constitución” que habrán de respetar los bonos, guerras, ibarras, cháves y sevillas; tercera, que si CiU se empeña en el concierto económico, el president lo “evitará” de algún modo que no concreta.
 
La salida a este laberinto no es previsible porque está trazado sobre un equívoco: mientras Maragall, tras hablar con Zapatero, dio por hecho que el PSOE se opondría a la fórmula de financiación de CiU, Artur Mas extrajo la conclusión contraria, que Zapatero admitía la inclusión del concierto económico. Todo el misterio radica en la primera reunión secreta, la de Zapatero y Mas.
 
Es perfectamente posible que Zapatero le dijera a Mas exactamente lo que éste interpretó. Lo que no está claro es si se lo dijo llevado de sus compulsiones miméticas a lo Zelig o lo hizo con aviesas intenciones que han desconcertado al PSC y alarmado a Rajoy. Zapatero no es Alejandro: cuando se topa con el nudo gordiano, le añade un lazo y sonríe.

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