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George Foreman no hacía más que preguntarse "¿por qué?"... "¿Por qué si yo soy más negro que él? ¿por qué?". No paraban de gritar "¡Ah-Lee, Bomma ya i!" (Alí mátalo). Pero no era una cuestión de negritud sino de carisma, liderazgo e inteligencia. Mientras Foreman aterrizaba en Kinshasa con un pastor alemán, el perro del ejército belga que Mobutu Sese Seko había expulsado de aquel país, Muhammad Alí no hacía otra cosa que hablar de los derechos de los negros, y de la superioridad moral de los africanos. Por si aquello fuera poco, Alí era tan buen promotor como Don King. En una mítica rueda de prensa en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, el mejor peso pesado de toda la historia dio un recital: "¡Soy duro!... He estado talando árboles... Me he peleado con un aligátor... Me he pegado con una ballena... He esposado al rayo y he metido al trueno en la cárcel. La semana pasada asesiné a una roca, lesioné a una piedra y mandé al hospital a un ladrillo"...

Aproveché este domingo para ver de nuevo "Cuando éramos reyes", el brillante documental surgido precisamente a raíz de aquella mítica pelea. El director Leon Gast demostró mucho oficio a la hora de saber por dónde cortar (¡había tantas cosas que contar!) e inteligencia al apartarse en silencio, cediendo el protagonismo a los boxeadores, Don King o los escritores George Plimpton y Norman Mailer. De aquel combate se han dicho millones de cosas y se dirán unos cuantos millones más, pero indudablemente hay que seleccionar dos. Y yo me quedo con la estrategia y la estética. Me explico.

La leyenda dice que ninguna persona del entorno de Alí sabía que éste improvisaría una pelea nueva tras el primer asalto, y yo lo creo. Mailer descata el rostro de Alí tras su primera "toma de contacto" con aquella montaña sudorosa y fiera, y sí da la impresión de que el campeón reflexiona y cambia radicalmente todo lo que había preparado. El mundo entero esperaba que Alí "bailara". Yo creo que el propio Alí esperaba poder "bailar" ante Foreman, aunque se dio perfecta cuenta de que aquello no sería posible. Meditó. Improvisó y, genial como siempre, dio en un minuto con la táctica para vencer a aquel soberbio "aligátor negro", aquella "piedra" monumental.

En cuanto a la estética, Mailer sostiene que en el famoso octavo asalto, tras impactarle definitivamente con una derecha cruzada impecable, Alí no quiere estropear la belleza de aquel instante y se contiene a la hora de rematar a Foreman. Le deja caer limpiamente al tapiz, como una pluma de cien kilos. Tengo fresco aquel golpe y es cierto que Alí esconde la derecha. ¿Era consciente de lo que significaba aquel instante? El caso es que Foreman tardó un año en dormir a pierna suelta y Alí reconquistó el mundial de los pesos pesados.

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