El otro día el joven Portillo volvió a insuflar vida deportiva al checo Antonin Panenka lanzando un penalti como él lo hizo hace más de veinticinco años, al más puro "estilo Panenka", flojito y por el centro, engañando al portero que, esperando quizás un obús, se movió antes de tiempo, no supo esperar quieto y se lanzó contra el poste. Si luego el chaval tuvo que explicar que él no pretendía mofarse de nadie fue porque el rival del Real Madrid no era la selección de Alemania que capitaneaba el "kaiser" Franz Beckenbauer sino el modesto Tarrasa de la Segunda División, y porque se trataba del partido de ida de un emparejamiento muy desigual de la Copa del Rey y no de la final de la Eurocopa.
Lo que probablemente desconozca Portillo, y todos los que como él imitan a Panenka, es que el valor de aquel gol no residió en la sorprendente forma sino en su imponente fondo. Panenka fue un osado porque Checoslovaquia se enfrentaba a la mejor Alemania (Hoeness, Bonhof, Muller, Vogts...) de todos los tiempos, y porque su "rival" en ese penalti no era otro que Sepp Maier, uno de los mejores porteros de la historia. Desconozco si Panenka tuvo en ese instante el tiempo necesario como para pensar en sí mismo, en lo que aquello significaría si le salía como había ideado, pero la situación era más o menos la siguiente: el partido había terminado con empate a dos goles y se llegó a la tanda de penalties. Masny, Nehoda, Ondrus y Jurkemik habían marcado para Checoslovaquia; Bonhof, Flohe y Bongartz lo habían hecho para Alemania, pero Hoeness había fallado. 4-3 para los checos. Si Panenka marcaba, la Eurocopa era para Checoslovaquia por primera vez; si no lo hacía, continuaban los penalties. Y fue en esa circunstancia épica cuando Panenka marcó "a lo Panenka", suavecito, a media altura y por el centro. Aquel lanzamiento que habría detenido un niño, no fue capaz de pararlo Sepp Maier y por eso pasó a la historia del fútbol.
A Antonin Panenka acabó por devorarle aquel penalti, como hizo el personaje de James Bond con Sean Connery, hasta el punto de acabar siendo más importante que él mismo. Muchos aficionados saben qué significa lanzar un penalti como Panenka, pero muy pocos conocen quién fue y cómo jugaba aquel futbolista que burló la vigilancia del imperturbable Sepp Maier, el mejor portero del mundo. Panenka quiso pasar a la historia aún a riesgo de tener que huir de Checoslovaquia en caso de marrar. Jugó a lo grande. Apostó a todo o nada y ganó. Por eso el otro día el joven Portillo, sin saber muy bien por qué, quiso homenajearle veinticinco años después.
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