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Juan Manuel Rodríguez

Alí-Foreman, el día que rugió Kinshasa (y II)

Para Alí el boxeo lo era todo en su vida. Siempre pensó que su estilo, su forma de bailar sobre el ring, impediría que acabara "con las orejas como un par de coliflores". Sin embargo, después del exilio, tuvo que aprender otra forma distinta de boxear

... Llegó entonces el famoso "engaño de las cuerdas". Alí había estado entrenándose con un sparring de auténtico lujo, Larry Holmes, todo un peso pesado. Se dejaba arrinconar contra las cuerdas y recibía su ración diaria de golpes, uno detrás de otro, "pim-pam", "pim-pam", "pim-pam"".. Holmes dominaba con claridad aquellas sesiones, pero eso era normal porque Alí solía esconder siempre sus mejores golpes por si daba la casualidad de que entre el público asistente se encontrara algún espía de la competencia. En Zaire, en vista de que le habían fallado los planes A y B, repitió aquella táctica entre el segundo y octavo asaltos. Miró al cielo y empezó a gritarle al público "¡Ah-Lee, Bomma ya i!", "Ah-Lee, Bomma ya i!", "Ah-Lee, Bomma ya i!"...
 
Alí se refugió en las cuerdas, (el periodista George Plimpton lo definía como "un hombre que se asoma a la ventana para ver si había algo en el tejado") balanceándose, entrando y saliendo, y cuando recibía algún golpe importante de Foreman, uno que realmente le hacía daño, le agarraba la cabeza justo delante de las mismísimas barbas del árbitro Zack Clayton, y le decía al oído "me decepcionas George, no golpeas tan fuerte como yo pensaba. Inténtalo otra vez". En el quinto asalto Foreman ya estaba cansado, roto de tanto golpear a Muhammad Alí. El vigente campeón del mundo estaba por fin donde él quería. Lo demás es historia.
 
Para Alí el boxeo lo era todo en su vida. Siempre pensó que su estilo, su forma de bailar sobre el ring, impediría que acabara "con las orejas como un par de coliflores". Sin embargo, después del exilio, tuvo que aprender otra forma distinta de boxear. Encajó golpes de Frazier, de Foreman, de Norton, de Spinks; se dejó golpear como si fuera un punching ball por los mejores pesos pesados del momento. Aquello supuso la supervivencia deportiva de Alí a corto plazo, aunque a largo plazo significó una desgracia para él.
 
George Foreman tardó un par de años en salir de una profunda depresión que estuvo a punto de provocar su retirada. Mobutu Sese Seko no asistió al combate que tanto dinero le había costado organizar. Tenía un miedo realmente patológico a ser asesinado en cualquier esquina, en cualquier rincón, y vio la pelea recluido en su Palacio y por circuito interno. Alí fue a ver al brujo personal de Mobutu y éste le aseguró que una mujer con manos temblorosas anularía a George Foreman durante la pelea. Supersticiones al márgen, lo único cierto es que nada más acabar aquel combate llegaron de repente las lluvias africanas. A la hora de concluir, el agua invadió un metro los vestuarios de ambos boxeadores. Y rugió la jungla, vaya que si rugió. Nunca volvió a verse una cosa semejante.

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