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Juan Manuel Rodríguez

Aquel mítico gol de Rubén Cano

Rubén Cano era un delantero absolutamente desgarbado, un “molinillo” al más puro estilo de Roberto Martínez, apodado como “Pipi Calzaslargas” por el gran Héctor del Mar, en honor a una famosa serie de televisión que hizo fortuna a finales de los años setenta. Sin embargo, Rubén, como ocurrió con Roberto en el Real Madrid, sobrevivió durante algunos años como especialista del gol en el Atlético de Madrid. Cano era la antítesis de lo que podríamos reconocer como un futbolista elegante, algo así como el “Mister Hyde” de Marco van Basten, su cara más oscura; y sin embargo es autor de un gol mítico (con la espinilla, como no podía ser de otra forma) y casi me atrevería a decir que también místico, un gol que consiguió que un jovenzuelo tímido y más bien cobardón, como yo, arriesgara un “cero” en matemáticas o historia, no lo sé. Recordaré toda mi vida aquel balón que entró llorando, y todo lo que después supuso la victoria en el Pequeño Maracaná de Belgrado, que incluso el nombre de aquel campo yugoslavo olía a encerrona.

Hace veinticinco años las cosas no eran como ahora. La selección española llevaba desde 1966 sin acudir a un Mundial, y Yugoslavia se había convertido en nuestra auténtica “bestia negra”. Llegábamos allí con la necesidad imperiosa de ganar para estar en el Mundial de Argentina. En aquella selección había nombres ilustres del fútbol español como Miguel Ángel, Pirri, Migueli, Asensi o Juanito, muchos de los cuales ya no llegarían a tiempo de disputar el campeonato que nos tocó organizar, con suerte desigual, cuatro años después. A Pirri, que era el corazón de aquel equipo, le mandaron un recado a los treinta segundos de partido y no pudo volver al campo. Insultos, provocaciones... Yugoslavia había organizado aquel “sarao” para que el equipo español no pudiera jugar al fútbol, y la verdad es que el partido fue trabado, pero la selección aguantó. En el minuto 71, con 0-0 en el marcador, Juan Gómez vio un pasillo libre por el que habilitar al “flaco” Cardeñosa que sacó un pase al segundo palo. Entonces, no sé muy bien de dónde, surgió Rubén que le pegó un “espillinazo” al balón,desviándolo ante la atónita mirada de Katalinic.

Aquel partido pasaría a la historia por aquel gol, sí, pero también por un gesto de Juanito. Al ser sustituido por Ladislao Kubala, el pequeño delantero miró hacia las dolientes y rugientes gradas del estadio y, con la insolencia que le caracterizaba ya por aquellos tiempos, giró su dedo pulgar hacia abajo en lo que representaba un claro signo de derrota. A Juan le pegaron un botellazo, dando lugar desde ese justo instante a otro mito, el de la enorme cabeza del malagueño. El caso es que, al menos durante unas semanas, todos en el patio del colegio nos “pedimos” ser Rubén Cano, y el cromo con su cara pasó directamente al “top ten” de los más solicitados. Y yo, que solía colocarme en la última fila, canté “¡goool!”, jugándome un “cero” en matemáticas o historia, no lo sé.

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