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Juan Manuel Rodríguez

Arantxa sí tiene quien le escriba

Corría el segundo set del partido que enfrentaba a Janette Husarova (en el primero, la eslovaca le había endosado un 6-0 a la española) con Arantxa Sánchez Vicario, cuando, desde la grada se oyó claramente lo siguiente: "¡No estás ni para jugar a la canasta!". El ¿aficionado? debió pensar que el Palacio de Maspalomas sería lo suficientemente grande e impersonal como para esconder su grito, pero no, no lo fue, y el público se volvió contra él, identificándole primero y sonrojándole más tarde. Por si fuera poco, la televisión –el ojo que todo lo ve– siguió el rastro de los cien dedos acusadores, retratándole definitivamente, desnudándole. El militar retirado de alta graduación había perdido aquella guerra, aunque se negó a abandonar su localidad y, realizando gestos despreciativos no ya hacia la tenista sino dedicados a quienes le abroncaban, siguió en su sitio, pasando por encima de aquella "línea Maginot" humana que le rodeaba y le avergonzaba con su munición verbal. No saldría corriendo, debió pensar, con el rabo entre las piernas, expuesto a un consejo de guerra por hacerse el muerto, por lo que decidió hacerse el sordo, o el sueco, o ambas cosas.

Mi coronel eligió muy mal su objetivo, originando unos "efectos colaterales" que cualquier soldadillo novato habría previsto con anterioridad. Arantxa Sánchez Vicario es la tenista más importante que ha dado España en toda su historia. También la más carismática. El militar quiso ganarse el favor popular añadiendo un autonómico "¡para eso deja jugar a una canaria!", pero ni por esas. Es curioso que aquel individuo bien entrado en años (rondaría los setenta) acusara a la tenista de aquello que todos, en mayor o menor medida, tendremos que hacer: envejecer. Y es que en el deporte profesional, cumplir años está muy mal visto y enseguida te lo echan en cara, como si uno tuviera que desaparecer a los treinta, o salir a un campo a los treinta y cinco fuera una provocación, un insulto. Da lo mismo lo que hayas sido o hayas hecho con anterioridad (en el estadio Santiago Bernabéu pitaron a Alfredo di Stéfano), todo da igual mientras seas maravillosamente joven.

Poco antes de que Husarova se impusiera a Arantxa, Daniela Hantuchova hizo lo propio con Conchita Martínez, la única tenista española que ha ganado Wimbledon. Daniela tiene diecinueve añitos y unas piernas largas, largas; de esas de pasarela. Es "rubia platino" y si le pusieran un gorrito podría interpretar a Heidi en la gran pantalla. Al final del partido, lloró a moco tendido. Es poseedora de un físico rotundo y una salud envidiable, pero ¿talento?... El talento lo puso esa treintañera a la que el coronel llamaría "vieja" sin el menor rubor; por eso él no tiene quien le escriba, y Arantxa y Conchita han redactado juntas las páginas más brillantes del deporte en España. El talento no se entrena, se tiene o no se tiene. Y se conserva –"quien tuvo retuvo"–; la juventud pasa de largo. Gracias a Dios, el deporte no es como esos grandes almacenes que hicieron su agosto predicando que "el cliente siempre tiene razón". Ayer no la tuvo, y este es el mejor momento para darles las gracias a Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez. Por sus victorias y también por sus derrotas.

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